Quisiera independizarme de los prejuicios que habitan mi cabeza y se extienden cuando menos lo esperas, independizarme de identidades que confrontan. De todo lo que implique enfrentamiento innecesario con quien no es como yo.
Quisiera independizarme de políticos irresponsables, como los diputados de Guatemala, que no sienten que tengan que rendir cuentas y renunciar y viven contentos (autoengañados quizá) con sus acarreados apoyos.
¿Quién no quiere romper con un sistema que no quiere cambiar aunque permanecer signifique el colapso y aferrarse al poder implique llevarse a todo un país consigo?
Quisiera independizarme de esas ideas monolíticas de Nación, que se construyen contra el otro y no con él. Las patrias (al menos a mí, estos sentimientos no se pueden generalizar) me parecen inútiles si no garantizan mis libertades y las de los míos.
Quisiera independizarme de Mariano Rajoy, ese predador con cara de alelado que ha forzado una situación desastrosa para ganar votos en el resto de España. Mostrarse fuerte con viejitas que quieren votar, por muy inválida que sea la elección, es el último reducto de un miserable.
Ordenar a otros que hagan ese infame trabajo y dejarlos solos en el proceso mientras yo lo observo en una pantalla no hace sino agravar el calificativo.
Quisiera independizarme de chauvinismos baratos, a veces acomplejados, de odios y resentimientos de antaño, tan alejados en el tiempo que se vuelve ridículo sufrir por ellos. Me importa lo mismo la invasión mongola a China que la romana a Hispania: nada.
Quisiera independizarme de las mentiras nacionalistas catalanas que siempre ha habido y muchas (aunque hoy sean secundarias), de dirigentes que prefieren desviar la atención a asumir responsabilidades. La bandera, siempre la bandera como la armadura del abyecto.
Quisiera que Guatemala se independizara también de sus miedos, que sus élites políticas, académicas y sociales rompieran con sus desconfianzas y resentimientos y no por buenismo facilón, sino por la certeza de que esas rupturas son las que utilizan las mafias para dividir y vencer.
En eso estamos. El 20 de septiembre fue un paso más para romper con una clase política que se atrinchera en su privilegio importándole poco, o no queriendo ver en el mejor de los casos, que este sistema no aguanta mucho más.
Una Ley Electoral nueva, ampliamente respaldada por actores sociales diversos, la aprueben los diputados o no, será otro más para la dependencia de los valores civiles que deberían construir esta Nación.
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