No se puede predecir la erupción de un volcán, menos una tan extraordinariamente destructiva como la que sufrió el país hace ya una semana.
Los errores de comunicación (desde el Presidente, al director de CONRED pasando por la Canciller) han sido profundos y evidentes como es costumbre en este Gobierno. ¿Y los de gestión? Es difícil dimensionar la complejidad de la reacción a una catástrofe como esta.
¿Había elementos objetivos e innegables para evacuar antes? ¿Se ha mentido sobre el número de víctimas? ¿Qué tanta culpa tiene una ley de compras (hecha con las patas) y qué tanta la ineficiencia de los equipos de Gobierno?
Aunque sea mucho soñar, ojalá en los próximos meses tengamos la madurez de responder con evidencias a estas preguntas, sin relatos facilones como el de algún corresponsal mexicano que pasó por aquí.
Sin señalar por el momento con nombres y apellidos a los culpables (y su grado de culpabilidad) podemos estar todos de acuerdo en que no tenemos el sistema de emergencia o los mecanismos de prevención que se requieren dada la bella y terrible geografía de Guatemala.
Los males estructurales de nuestro sistema político afloran con más fuerza en una crisis como esta. Clientelismo, corrupción, falta de continuidad y planificación…la lista se ha repetido hasta la saciedad.
Cuando se trata de decidir, muchos quieren estar en la jugada pero en el momento en que la responsabilidad llama a la puerta se suelta la autoridad como si fuera una papa caliente que las diversas instituciones se pasan unas a otras a la hora de los cuentazos.
Conocemos los males pero, ¿cómo se soluciona el fondo de esto? No se me ocurre otra cosa: hagamos con la crítica (y cuando toque, con el voto) que los políticos entiendan que los males del sistema tienen costo para ellos.
O mejor aún, que entiendan que hay un rédito en construir buenas estructuras administrativas. Que se visualicen comandando un equipo de emergencia con éxito en la evacuación.
Que se imaginen recibiendo aplausos mientras reparten víveres, que piensen en cómo eso genera capital político.
Que sueñen con ser recordados décadas después como esta semana pasó con Kjell Laugerud. Que ansíen declamar discursos que llenen de moral a la ciudadanía, cual Churchill en los bombardeos de Londres. Solo así estarán dispuestos a hacer los cambios necesarios.
El día en que la clase política entienda que la eficiencia y la eficacia pagan políticamente más que todas las plazas fantasma y los contratos del mundo, ese día, habrá cambiado Guatemala.
Más de Daniel Haering: