El controversial traslado de la Embajada de Guatemala en Israel no solo ha sido cuestionado, sino que sirvió como pretexto para que el gobierno echara la casa por la ventana, cayera en contradicciones con la legación diplomática israelí acreditada en este país y quedara bastante mal ante amigos y aliados.
Todo lo anterior sin que nadie sepa detallar los beneficios que la medida adoptada tendrá a mediano y largo plazo (los que importan) más allá de obtener un acercamiento efímero con el gobierno de Donald Trump, con el único objetivo de socavar los esfuerzos emprendidos por la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala.
Alrededor de 50 personas llegaron al histórico evento, cuya motivación pareciera fundamentarse sobre todo en razones religiosas (en redes sociales el presidente Jimmy Morales hizo referencia a la “profunda vocación cristiana” de este país como pretexto para mudar la sede diplomática de Tel Aviv a Jerusalén).
A la Ciudad Santa se trasladaron funcionarios, diputados, familiares y amigos para ser testigos de un acontecimiento que, en resumidas cuentas, significa poco o nada para la estrategia geopolítica de este país.
Para empezar las relaciones entre Israel y Guatemala siempre han sido excelentes. Y no se deterioraron cuando, en 2013, se reconoció al Estado Palestino. No hubo amenaza de ruptura, ni llamados urgentes de embajadores. Nada de nada. De hecho, nuestro país votaba puntualmente del lado de Estados Unidos (o se abstenía) cada vez que en el seno de la Organización de Naciones Unidas se proponía una condena en contra de Israel por no acatar alguna de tantas resoluciones emitidas en su contra. Y todo bien.
Israel no ha tomado (ni tomará) represalias contra los países que dejen sus embajadas en Tel Aviv. No pueden darse ese lujo. Pero Guatemala tampoco puede costearse los lujos que esta mudanza ha generado. Primero se afirmó que todo lo pagaba el gobierno de Benjamin Netanyahu. Días después, y cuando la embajada de ese país acreditada en el nuestro puntualizara que los costos de los pasajes los cubrió cualquiera, menos ellos, el vocero presidencial Heinz Heimann dió un giro de 180 grados y afirmó que al avión lo fletó “un empresario amigo de Israel”. ¿Quién y a cambio de qué?
En Guatecompras apenas aparecen dos cotizaciones para compra de pasajes aéreos. Nadie ha explicado quién paga el alojamiento y comida de la nutrida comitiva. Tampoco cómo se costeó la recepción que se brindó en el Hotel Rey David, uno de los más reconocidos de Jerusalén.
Eso de ni corrupto ni ladrón hace rato que le quedó grande a la administración Morales pero no deja de ser inmoral. Y tanta fanfarria, ¿para qué? ¿Sabe a cuántas connacionales se atiende en esta legación diplomática? Alrededor de 400. Ahora bien, el costo político está por verse. De entrada, ya fue muy caro.
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