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El prodigioso encuentro de una anciana, cuatro extraños y la Policía

  • Por Soy502
11 de julio de 2017, 05:32
La anciana se perdió en el Paseo de Jocotenango. (Foto:Calel Gabriel/Flicker)

La anciana se perdió en el Paseo de Jocotenango. (Foto:Calel Gabriel/Flicker)

Pasa con las calles que son, por naturaleza, un espacio de encuentro: el famoso espacio público. Ese lugar que se supone que es de todos pero que todos sabemos de quién es. Y pareciera importarnos poco. En fin.

Una tarde caminando por el Tribunal Supremo Electoral, a punto de entrar a un café, me doy cuenta que en una de las bancas de madera que hay en ese sector, está sentada una anciana mujer indígena. Está exhausta, confundida y es muy viejita. Su mirada se mueve de un lado a otro como buscando. Frente a ella, una joven mujer trata de darle tranquilidad.

La escena me atrajo poderosamente y decidí acercarme, pensando que quizá podía ayudar.

La vejez pesa demasiado en este país. Los pueblos mesoamericanos siempre hemos respetado y valorado a nuestros ancianos. Sin embargo, al gran espacio urbano le importa poco la tradición ancestral. Acá los viejos son un problema por resolver, diría el sistema laboral si pudiera hablar, pero lo suyo es, y será siempre, el silencio.

La señora, doña Olimpia, está desubicada. Nos dice que quiere llegar a la zona 12 y que ya se quiere ir. La joven mujer me explica que ella iba caminando cuando vio a doña Olimpia bajarse del Transurbano a todas luces perdida. La acompañó a sentarse a esta banca, pero no había logrado entender nada, como yo.

La señora insistía en que se quería ir a la zona 12 sin tener claro a dónde, solo irse. Tampoco tenía claro de dónde venía. Se notaba que el tiempo le estaba jugando una muy mala pasada y para entonces, nosotros ya éramos tres los desconocidos alrededor de ella. Pensando, elucubrando qué hacer con una señora anciana que no tenía ningún dato sobre ella ni portaba documento de identificación de referencia, ni sabía ningún teléfono, ni nada, pues.

Repentinamente veo a una mujer, un cuarto elemento del equipo, acercarse lentamente hacia nosotros. En silencio, sorprendida, nos rodea observando fijamente a la señora y cuando al fin está segura, se acerca emocionada ¡Doña Olimpia!, y la abraza amorosamente, la besa y aprieta sus manos.

En el instante respiramos todos con tranquilidad, convencidos de que estábamos ante una especie de milagro. ¿La conoce?, Claaaro que la conozco, a doña Olimpia, de allá de la zona 6, pero tenía 15 años de no verla desde que se mudó.  Carajo. Quince años de no verla y encontrarla ahí, perdida en medio de la nada y llena de preguntas.

El milagro sí era, pero era un milagro a medias.

A partir de este encuentro afortunado la señora empezó a hacer llamadas de todos los teléfonos de las personas que estábamos ahí, todos prestándonos saldo: uno llamando a la policía, otra haciendo una colecta. Logramos que el hermano de la transeúnte milagrosa llamara a uno de los hijos de doña Olimpia y nos diera una dirección donde llevarla.

Paramos una radiopatrulla, les contamos la historia a los policías y tampoco lo podían creer. El jefe de la patrulla no dudó en ofrecerse a llevar a doña Olimpia y a la otra señora. Los que quedamos, entregamos una pequeña colecta para la poli y para el taxi de vuelta de la acompañante. Nos dimos las manos sonrientes, extrañados, muy extrañados de que en esa hora que pasamos juntos, una anciana extraviada había organizado a un pequeño grupo de ciudadanos anónimos que no sabían qué hacer.

Para eso de ser ciudadanos también hay milagros. Ojalá aparezca pronto esa vecina que nos señale a todos el camino a casa. 

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