Más de una vez he tratado de hacer el ejercicio con mis amigotes de cuál es el nombre de tienda más usado en el país.
Al parecer los nombres religiosos tipo Sagrado Corazón o Divino Maestro llevan la delantera, aunque si unificáramos el concepto “tiendas con nombre de persona”, sin duda ganaría.
Estos pequeños espacios de venta y distribución de, básicamente, cualquier cosa, son marcas de referencia fundamentales para la geografía personal.
Sería interesante sacar el dato de cuántas tiendas por kilómetro cuadrado hay en la ciudad y podríamos evidenciar el alto porcentaje de la economía que gira entorno a a) un rollo de papel higiénico, b) un vaso de crema, c) acetaminofén, d) tijeras, e) jugueteplásticoparacumpleañosdeniñoqueolvidamoscomprar, f) aguja e hilo g) no venden trickets de carro pero doy fe que los prestan, etcétera.
El concepto de “barrio” está en total peligro de extinción. De esa convivencia cercana, fraternal, solidaria, quedan ahora guardias de seguridad, razor ribbon, talanqueras y cierta indiferencia generalizada que ya sabemos de donde viene.
Ni hablar de sastres, zapateros o cualquiera de esos nobles oficios que eran parte de la vida de nuestras cuadras. Quedan muy pocas referencias de la vida en comunidad en las calles que habitamos: probablemente, solo el salón de belleza y las tiendas.
Aunque la apatía suele ser la tendencia: cuál es el nombre de la persona que atiende, de dónde es, qué sabe de vos, te quedarás 20 minutos platicando o solo la interacción necesaria. Y es que los tenderos cumplen, o cumplían, también el rol social del bar tender, del consejero, del que sabe lo suficiente para devolver lo necesario.
En honor a la verdad hay que decir que en una tienda con espíritu suelen haber personas paradas enfrente en justamente esos 20 minutos o más. Se ven vecinos aglomerados en la ventanita tomando cerveza, o sosteniendo las bolsas amenazando con irse pero no se van porque todavía falta terminar el chisme o la noticia. Las tiendas cubren a su manera el noble gesto de despiojarse como los monos.
Finalmente hay que preguntarse qué se siente estar en el otro lado, el lado oscuro de las tiendas. Dicho lo dicho, las tiendas también son una especie de prisión que, en muchos casos roza el límite de la esclavitud y lo cruza.
De las tiendas con mujeres torteando sepa usted que esas jóvenes que suelen guardar silencio mientras aplauden sobre el maíz tienen una de las vidas más injustas, oprimidas y violentas de esta ciudad. Detrás de la estantería de la tienda suele haber un catre y una televisión, y esa es toda la vida del tendero amigo que intenta sonreír frente a vos.
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