Movilizarse en buses rojos debería ser reconocido como el principal deporte extremo de la ciudad. Y aunque la competencia por sobrevivir al desastre es bastante reñida, es justo decir que estas bestias rojioxidadas son la más indignante solución a la necesidad del transporte.
Viajar en las famosas “burras” es --sí, es cierto-- sentirse uno un poco una res. La verdad es que el simple hecho de pensar en que el principal medio de transporte público sea una pesadilla ya es un muy, muy mal augurio.
Y es una pesadilla por donde se vea:
Para el usuario implica desarrollar poderes mutantes muy específicos, por ejemplo la elasticidad: para lograr atravesar un bus lleno en nanosegundos mientras cargás una mochila, la bolsa del super, la lonchera del trabajo y una buena cantidad de penas encima.
Sacar el teléfono, revisarlo, textear y todavía sacarse una foto podría ser otro poder mutante; sobrevivir a un asalto, ser testigo de un crimen, resistir al acoso, salvarse de un agresor, no son poderes mutantes, son actos inexplicables, sin sentidos imperdonables de un día a día que nunca debió de suceder, y sin embargo pasa todos los pinches días, y tenemos que correr detrás de la burra porque si no, nos deja.
Ser paciente también es otra habilidad, tener la calma de un monje budista para soportar los caprichos tiránicos de los choferes.
Cortarse una rodilla con las láminas afiladas de los asientos es otra página de la pesadilla, están llenos de astillas los buses, son cactus envenenados de tanto andar ahí al abandono de esta realidad canija, ya hubieran quebrado las aseguradoras si cubrieran las prendas de vestir. Pero no vamos hablar acá de seguros, menos mezclar seguridad con buses rojos, no hay manera.
Los pilotos y los brochas viven sus propias pesadillas, hay que decirlo, muchas veces, la mayor parte de hecho, provocadas por sus mismas actitudes psicópatas, o cuando menos abusivas, a lo que hay que sumarle que se han convertido en blanco de extorsionistas y de sicarios que trabajan para una demasiado aceitada máquina del horror que va muchísimo más allá de los meros asaltos, el poder oculto que se anda quebrando a los choferes es un pulpo gigante de las profundidades del mar de la corrupción y el crimen organizado, y viaja ahí en medio de nosotros la bestia de las oscuridades.
Es realmente un atentado, o un triunfo, ya no lo sé, subirse a la burra y llegar bien al destino, y mientras tanto el subsidio bien muchas gracias, haciendo cola para que se destape el gusanero que mantiene viva esta pesadilla.
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