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Dialogar, aunque parezca utópico

  • Por Soy502
30 de mayo de 2018, 16:30
La mayoría de guatemaltecos sueña con un país donde el Estado de Derecho sea una realidad. (Foto: Alejandro Balán/Archivo Soy502)

La mayoría de guatemaltecos sueña con un país donde el Estado de Derecho sea una realidad. (Foto: Alejandro Balán/Archivo Soy502)

Imposible no percibirlo: Guatemala está dividida. La polarización nos impone la ley de las patadas. Y mientras más arteras, mejor. Para quienes medran de la pugna, claro.

Esa unidad que supuestamente existía en 2015, cuando aglutinados en la Plaza nos manifestábamos a favor de un cambio y de un futuro mejor, duró poco menos que un suspiro. Hoy nos descalificamos. Nos agredimos. Nos atacamos. Hacemos de la ofensa un festín cotidiano. Hemos vuelto a unas trincheras de las que, al parecer, nunca salimos del todo.

Frente a la CICIG, la autoridad se ha visto obligada a proteger a los bandos que protestan en contra y a favor de la CICIG. (Foto: Wilder López/Archivo Soy502)
Frente a la CICIG, la autoridad se ha visto obligada a proteger a los bandos que protestan en contra y a favor de la CICIG. (Foto: Wilder López/Archivo Soy502)

Somos los herederos de un conflicto armado interno que nos marcó con sangre; los protagonistas de un proceso de reconciliación inexistente que nos lleva a golpearnos a la menor provocación.

Hemos perdido la capacidad de escucharnos. Y esta sociedad herida no podrá salir adelante si no somos capaces de ponernos de acuerdo en reglas mínimas de convivencia. O en dos o tres puntos básicos para alcanzar el anhelado desarrollo.

En este momento, me comentaba un experto, la senda que recorremos nos lleva directo a convertirnos en Haití, el Estado Fallido de las Américas. Ese país donde prevalece la ley del más corrupto. Ese donde los ciudadanos salen con efectivo a las calles porque en un santiamén se verán obligados a pagar un soborno.

¿Con qué Guatemala sueña? Yo, con una donde los niños no mueran de hambre. Me resulta inconcebible que, en este país, la pobreza lacere de manera tan violenta a más de la mitad de la población. Casi el 50 por ciento de quienes hoy tienen menos de cinco años padecen de desnutrición crónica, lo cual implica que no podrán desarrollar capacidades intelectuales mínimas para tener un empleo digno en el futuro. Están condenados, desde ya, a repetir el ciclo de miseria. Mientras tanto, la clase política se desgasta en discusiones inútiles. Como la de ayer. Como la de hoy. O como la de siempre.

No tenemos más salida que buscarla juntos. Todos. Los de una trinchera y los de otra. Es menester urgente reconocernos en el sufrimiento del prójimo. Es preciso desarrollar empatía y entender el porqué de nuestras diferencias.

Pero no podemos hacerlo si nuestros argumentos son mentiras prefabricadas, ataques sin fundamento, hechos sacados de contexto o rumores no verificados. Es imposible un diálogo constructivo con quienes ofenden, agreden o insultan. Es inviable edificar cimientos si el punto de partida es una calumnia.

El caso Molina Theissen ha sacado lo peor y lo mejor de Guatemala. La madre y hermanas de Marco Antonio han sido objeto de las más macabras difamaciones en los últimos días y su respuesta ha sido actuar con enorme valentía y dignidad.

¿Por qué no, ya que ha salido a colación, hablamos de las reparaciones que necesita una sociedad como la nuestra? Nos haría mucho bien.

Pero con hechos, no con especulaciones. Lo dijo el senador estadounidense John Patrick Moynihan: “Todo el mundo tiene derecho a su propia opinión, no a su propia realidad”.  Con verdad, no con mentiras. Así propongo que dialoguemos.

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