Típica escena de película vieja hollywoodense: atractivo y joven protagonista llega a exótico país de nombre impronunciable, al sur de Estados Unidos. Aterriza, tras enfrentar varios obstáculos, en una precaria terminal aérea que más parece una estación de buses. El galán logra, después de enfrentarse gallardamente contra fajas inservibles, reunirse con su preciado equipaje y emerge triunfante en busca de aventuras.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. ¿O no? Lo que pasa hoy en la Terminal Aérea La Aurora parece una mala película. Un microcosmos que evidencia los efectos de la corrupción, la toma de decisiones sin pensar en consecuencias y la falta de planificación.
A finales de octubre, la Dirección General de Aeronáutica Civil desenrolló la alfombra roja para celebrar una certificación que, supuestamente, le otorgaba al aeropuerto la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI). El reconocimiento, sin embargo, nunca se concedió. El evento era una auto felicitación. Y, de hecho, en este momento estamos en riesgo de perder la categoría 1, la que tienen las terminales aéreas internacionales.
El listado de lo que no funciona (o funciona mal) en el aeropuerto se antoja interminable. Las fajas son la última novedad. Ya se reparó una de las dos y, al parecer, el siguiente paso es demandar a la empresa que debía darles mantenimiento. Pero los baños (cuando no están cerrados) están en condiciones deplorables. La ventilación es pésima. La luz apenas ilumina. El piso está resquebrajado. Algunas gradas eléctricas sirven, otras no. Etcétera.
Para ajuste, llegar y salir resulta cada vez más tortuoso por la colocación de unos bolardos que, según el Director General de Aeronáutica, Francis Argueta, se reubicarán pronto sobre la banqueta. En su momento se argumentó que era necesario instalarlos para evitar ataques terroristas. Mi duda es por qué en ninguna terminal aérea de grandes ciudades hay algo parecido.
Al parecer, para no perder la categoría 1 necesitamos que una aerolínea realice vuelos directos a Estados Unidos con bandera nacional, una inversión de 12 millones de quetzales adicionales y desarrollar un programa integral que nos haga lucir decentes en el cortísimo plazo.
Mientras tanto, todos los viajeros, locales y extranjeros, pagan, sin darse cuenta siquiera, su impuesto de salida para mantenimiento de la terminal aérea. Y los responsables del desastre son los otros. Los anteriores.
Bienvenidos a Guatemala.
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