“Si la muerte tuviera rostro, la miramos de frente”, dice Eswin Estuardo Ovalle quien se estremece cuando a un mes de la tragedia recuerda el terror que vivió con su familia en las faldas del volcán de Fuego. Quedaron rodeados de lava sin saber cómo salir.
Su casa y la granja en la que trabaja desde hace 12 años se convirtieron en su refugio durante más de 17 horas, hasta que llegaron a rescatarlos en helicóptero. “Yo llego a mi casa y el premio más grande es ver a mi familia... más que eso no voy a encontrar”, agradece.
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En un primer momento, Eswin, su esposa Zonia y sus dos hijos, Mycol Estuardo de 23 años y Sonia Esperanza, de 20 años, intentaron huir de ahí, pero la nube de polvo los alcanzó, cayó sobre su vehículo. Por terrible que parezca fue lo mejor que pudo pasarles.
Si Eswin no hubiera decidido regresar a su casa a echar llave y recuperar unos documentos ahora no estaría agradeciendo la nueva oportunidad que les dio la vida. “Si hubiéramos salido cinco minutos antes, no la contamos”.
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17 horas atrapados
“Mi marido me dijo ‘andá a traer los papeles que tenés en una caja’, y cuando miró la nubazón ya estaba cerca de nosotros. Ya en la carretera no se podía salir y se estaba abriendo el suelo. Mi esposo dijo que regresáramos y un puñado de patojos se subió con nosotros, llegamos huyendo hacia el campo. Cuando nos empezó a caer todo encima quedó todo oscuro y mi esposo nos pidió perdón porque no nos había evacuado antes”.
“En eso empezó a llover y aclararse el vidrio. Y mi esposo salía y entraba todo bañado en ceniza. Cuando regresamos a la casa estaba paradita, pero cuando intentamos llegar a la carretera para salir de ahí, había un gran muro que había acabado con San Miguel Los Lotes. En ese lugar se quedaron los patojos y un señor que ayudamos que tenía graves quemaduras en las piernas a esperar a que los rescataran y nosotros regresamos a la granja”, recordó Zonia.
Eswin llamó a oficinas centrales de la granja para avisarles de lo que estaba pasando. “Nos dijeron protéjanse en la oficina, ¡entren!”.
Antes de resguardarse caminaron alrededor de la isla en busca de una salida, pero no hubo suerte. Sintieron el fuerte calor de los vapores, en la distancia escuchaban los gritos de sus vecinos que pedían ayuda, gritos que no fueron atendidos. Escucharon las sirenas de las ambulancias que llegaban al lugar. Gritaron e hicieron "bulla" pero nadie les oía. Los dos guardias de la finca, que también se quedaron atrapados con ellos, dispararon al aire para intentar captar la atención, sin éxito.
Fue a través del teléfono que lograron contactar con familiares y amigos. Sabían que la vía aérea era su única salida pero les dijeron que en ese momento no se podía coordinar un transporte por la inestabilidad de la zona y la ceniza del ambiente.
Oscurecía aquel domingo 3 de junio, sabían que quedarían atrapados toda la noche. Quedaron solos, se hizo el silencio. Rezaron para que la lava no avanzara hacia ellos y les redujera su espacio.
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“La Coronel Chinchilla (la persona que coordinó el rescate) nos dijo que apagáramos los teléfonos y guardáramos la batería, que nos iba a llamar para ver como estábamos en la madrugada. A las 3:00 encendimos el primer teléfono. Nos dijeron que pusiéramos un trapo lo orináramos y nos cubriéramos del gas que soltó el volcán. No pudimos dormir en toda la noche”, contó Eswin.
La familia recuerda esas horas de oscuridad como “la noche más larga de su vida”.
El rescate esperado
A primera hora de la mañana, escucharon el retumbo del helicóptero. Les pidieron que marcaran el lugar donde podía aterrizar. Hizo varios intentos de aterrizaje pero se volvía a alejar. Aún así ya sabían que la salida estaba cerca.
En el campo de fútbol, Eswin marcó con papel higiénico la señal para que la identificaran desde el aire.
En ese momento, un grupo de rescatistas entró en la finca, caminando sobre los techos de lámina y árboles. “Nos emocionamos y salimos corriendo, pero ellos nos dijeron que nos quedáramos donde estábamos. También se alegraron de vernos con vida”, recordó Zonia.
Otro de los momentos más duros fue cuando, ya montados, uno de ellos se tuvo que bajar del helicóptero. Era la primera vez que se separaban desde la erupción.
“Primero mi hijo dijo que se bajaba, pero le dije que no, y mi marido saltó. Lloramos. En Los Lotes se miraba solo la arena y la ceniza, las casas aún humeando. Fue duro ver a la gente que ahí quedó, pocos pudieron salir”.
Ahora están más unidos que nunca, sintiéndose nuevas personas. Durante este mes ha sido difícil volver a retomar su vida, pero poco a poco han ido recuperándose y agradecen a todas las personas que les rescataron y apoyaron en estas semanas. “No a todos les da Dios una vida de regreso”, agradeció Eswin desde su lugar de trabajo.
Regresó a la granja donde él y su familia quedaron atrapados, donde se salvaron de morir, donde él trabaja. Padece de dolores de cabeza, escalofríos, sensación de desmayo cuando camina por los alrededores... allí, donde quedaron soterrados sus vecinos.
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