Se llama Rubén Darío. Tiene nombre de poeta, pero en realidad es estudiante de segundo semestre de Ingeniería Agrícola en la Universidad Rafael Landívar. Tiene 29 años y es uno de los pocos habitantes de San Miguel Los Lotes que sobrevivieron a la erupción del Volcán de Fuego.
El domingo se levantó temprano, pues tenía turno en el ingenio en el que labora. Su esposa, llamada Dorcas, tiene 24 años y ese día también se levantó a primera hora para hacerle un pan para que refaccionara en el trabajo.
Aproximadamente a las 10:00, se sentía intranquilo y miraba inquieto el reloj, quería que llegara la hora de salida. A las 13:00, como es su costumbre, llamó a su esposa para saber cómo estaba en casa: la situación aún era tranquila.
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Sin embargo, en dos horas todo cambió. El volcán ya había hecho erupción y en su colonia todo era un caos. Su esposa, junto a Alexia, de siete años, e Isaí, de tres, corrieron a protegerse en la casa del hermano de Rubén. Eso les salvó la vida.
Darío vio la columna de ceniza desde la autopista Palín-Escuintla y se asustó, llamó de inmediato y la voz de su esposa le dio el mensaje más dramático que había escuchado en su vida: “Andate, salvá tu vida. Andate huyendo, aquí ya nos estamos muriendo”.
Él no se rindió. “Te saco, porque te saco, solo teneme paciencia”, le dijo. Aceleró la moto hasta llegar al lugar. Allí, Conred ya tenía resguardado el lugar y no lo dejaban pasar. “Los de Conred me dijeron que ya no valía la pena, que ya todos estaban muertos, que no entrara”, asegura Rubén.
Este es su relato:
En cambio, policías y soldados decidieron ayudarlo. En total, Rubén y su suegro lograron salvar a más de 37 personas.
Colocaron piedras y palos y caminaron sobre las láminas hasta llegar al lugar. En su huida, Rubén dice que vio muchas personas muriendo, quemándose vivas, pero que no pudo hacer nada. “'Ayudanos', me gritaban, pero ya estaban quemándose, derritiéndose y todavía gritaban”.
Mientras escapaba por los techos, el hombre recuerda que le decía a su pequeña hija que cerrara los ojos para no ver todo el horror.
“Ella está bien ahora, pero dice que no quiere regresar nunca más, que esta es su casa ahora”, explica Darío en el albergue en el que está. Su esposa solo lo observa, no quiere hablar ningún detalle de las dos horas que sufrieron, que describen como el “verdadero infierno”.
Después de más de 72 horas, Rubén aún no sabe cual será su futuro ni el de su familia, aunque agradece que por ahora en el albergue hay ropa, comida, medicinas y todo lo que necesitan.
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