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Así se descubrió que el lavado de manos reduce los contagios

  • Por Erivan Campos
19 de abril de 2020, 13:33
Al "padre del lavado de manos" la humanidad tiene mucho que agradecerle. (Foto Getty Images)

Al "padre del lavado de manos" la humanidad tiene mucho que agradecerle. (Foto Getty Images)

La principal defensa en medio de la pandemia del nuevo coronavirus es el lavado de manos. Esta medida se ha normalizado en todo el mundo y lo ideal es que todos desarrollemos el hábito del lavado frecuente y concienzudo, de forma permanente.

Ese habría sido el mundo soñado para el médico, Ignaz Semmelweis, reconocido ahora como "el padre del lavado de manos", quien desde el siglo XIX descubrió que el correcto lavado de manos lograba reducir la mortalidad de pacientes y la transmisión de enfermedades.

Sin embargo, Ignaz no fue reconocido y su descubrimiento fue menospreciado, al punto que se le tildó de loco y murió en un manicomio.

Sus razones

En la década de 1840, una infección misteriosa conocida como «fiebre infantil» o «fiebre puerperal» estaba provocando altas tasas de mortalidad en las madres primerizas en las salas de maternidad de toda Europa, por lo que Ignaz dedujo que los médicos estarían transmitiendo material infeccioso de operaciones y autopsias anteriores a las madres, a través de sus manos. 

Instituyó entonces el requisito de que todo el personal médico se lavara las manos entre los exámenes de las pacientes y, como resultado, las tasas de infección en su división comenzaron a disminuir drásticamente. 

Sin embargo, la idea encontró una fuerte oposición al ser presentada, por primera vez, ante la comunidad médica.

Sus estudios no alegraron a los especialistas en salud, dado que los acusaba de la muerte de las madres y aquello representaba una mala imagen para los hospitales y sus ideas fueron rechazadas por ser contrarias a la opinión general. En consecuencia, fue relegado de su puesto y las medidas sanitarias de lavado de manos se redujeron, por lo que las muertes de pacientes aumentaron una vez más. 

Quienes le rodeaban aseguraban que había perdido la cabeza, pese a que sus resultados demostraban la reducción de infecciones en el cuerpo.

Sus colegas y su propia esposa decidieron internarlo en un instituto mental en Viena, por su deterioro intelectual y emocional; allí desarrolló septicemia (una infección grave y en todo el organismo) por unas heridas en sus dedos que le provocaron los guardias para ingresarlo al lugar. Paradojicamente esas heridas sin atender se convirtieron en abscesos y le provocaron la muerte, a sus 47 años.

Décadas más tarde, sus recomendaciones higiénicas fueron validadas por la aceptación generalizada de la "teoría de los gérmenes de la enfermedad". 

Semmelweis (1818-1865) en un retrato en torno al año 1850
Semmelweis (1818-1865), en un retrato de 1850 (Foto: Getty Images)

La importancia de los logros de Semmelweis en la obstetricia y la medicina no habían sido aún superado siquiera por los avances de las nuevas tecnologías genéticas de los últimos años del siglo XX. 

La batalla que aún no ganamos

Con este contexto, podemos decir que Semmelweis dio su vida por el lavado de manos, sin embargo, aún en estos días, falta camino por recorrer.

Un estudio realizado entre estudiantes universitarios publicado en 2009 por el American Journal of Infection Control señalaba que tras la micción el 69% de las mujeres y solo el 43% de los hombres se lavaban las manos; y que antes de comer únicamente lo hacían el 7% de ellas y el 10% de ellos. 

Ello implica que la batalla que empezó Semmelweis aún no está ganada, aunque hasta ahora, el lavado de manos por simple que parezca es la mejor forma que tenemos de protegernos ante muchas enfermedades.

*Investigación de La Vanguardia

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