Hace pocos días me descubrí hablando con amigos sobre cómo había sido nuestra infancia. Me di cuenta que llevo meses de estar hablando de esto, y no, no soy papá: soy tío, amigo y autor de literatura infantil.
La conversación esta suele tratar sobre cómo en nuestra infancia hacíamos cosas que ahora resultan impensables. Salir a montar bicicleta por la cuadra. Chamuscas improvisadas donde fuera. Irse en bus desde chiquito. Caminar solo a la parada. Ir a hacer mandados. Así, desde la infancia hasta la vida adulta, había alguna lógica de autosuficiencia que pareciera haberse perdido para siempre.
Yo, que soy de pueblo y de familia amante de la libertad, recibí las llaves de la casa a los 8 años. Casi llegaron juntas las llaves y la bicicleta. Me mandaban a hacer mandados: que si al banco, que si a dejar cosas, que si a sacar la partida de nacimiento para inscribirme.
Y así todo el mundo “adulto” tiene su historia de independencia infantil que puede contar con orgullo y nostalgia pensando que, triste, muy tristemente, la niñez de los grandes espacios urbanos del país crece en condiciones distintas.
¿En qué momento perdimos la infancia más libre, más radicalmente lúdica en los espacios abiertos? La respuesta pareciera estar en la inseguridad, en la violencia, en el acoso. La falta de garantías sociales para que una niña salga a la calle a descubrir y curiosear la vida, y que esta imagen nos provoque el más escabroso de los miedos en lugar de la más brillante esperanza, es una muestra de lo rotos que estamos.
La ausencia del Estado se vive a todo nivel. La niñez que vive en la ciudad de Guatemala, encerrada, comparte varias cosas con otros sectores desprotegidos: el olvido absoluto del Estado que, al no considerarlas prioritarias –porque están muy lejos del poder- coloca sus necesidades en el fondo del baúl de la burocracia. La indiferencia y el acomodamiento de quienes, cercanos a ellos, más bien les hacen adaptarse a los privilegios que a la vida adulta.
La corrupción, la desigualdad, la violencia se comieron nuestra infancia como Saturno devora a su hijo, pero hay una parte importante de ese Saturno que tiene que ver con nosotros. Nos acomodamos a los privilegios que la clase media, o la vida adulta, o la infraestructura social nos dan y damos por perdida la causa de nuestra niñez.
¿Qué es lo que está de nuestra parte para recuperar la libertad y el gozo de las niñas, niños y adolescentes que son la mitad de la población de este país? A lo mejor la lucha por recuperar nuestra libertad del miedo podría ser un primer paso importante.
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