Un grupo de estudiantes desfilaba en Xela con una serie de pancartas con mensajes de apoyo a la CICIG y condena a Jimmy Morales. Las imágenes circularon en redes sociales y, entre otras cosas, abrieron el debate sobre si los niños deberían o no participar de esta discusión.
Vivimos en una cultura adultocéntrica: en nuestro espacio de interacción social el adulto tiene privilegios por el mero hecho de ser adulto. Y con esto no me refiero solo a lo más pragmático –la sotenibilidad de la vida, por ejemplo-, sino a lo simbólico.
Es un hecho que la niñez y la juventud necesitan un trato diferenciado, pero paradójicamente siendo ellos el mayor grupo poblacional, son quienes menos participan de la discusión nacional. ¿Cuándo fue la última vez que consideraste el sentir/pensar de una niña o niño para tomar una decisión?
¿Están los niños fuera de la política? Pienso que no, no lo están. Su participación no es la misma que la de los adultos, claro está, pero tampoco nos hemos sentado a entender qué piensan y sienten.
Desfilar el 15 de septiembre es un acto político. Salir disfrazados de soldaditos, marchando a paso militar con bandas tocando marchas, versus otros niños que salen vestidos de colores bailando más bien cumbias, en plan carnaval, marca una visión distinta de qué están diciendo ellos, los establecimientos educativos y los padres.
Los símbolos patrios y la idea de nación son un relato político. ¿Quiénes usan la bandera nacional y para qué la usan? ¿Quiénes hacen que los niños “juren a la bandera” en cualquier acto protocolario? ¿Son esas personas ejemplos para tus hijos, hermanitas, sobrinos?
No quiero decir con esto que no se deba enseñar este concepto de “civismo” escolar, algo de la identidad pasa por ahí, y por lo tanto de pertenencia. Pero no hemos hecho bien la tarea. Excluir a la niñez y juventud como actores políticos hace que tengamos generaciones de ciudadanos incautos y sin capacidad crítica.
Soy de Xela. Estudié allá y en el colegio nos llevaron a la marcha del silencio por el asesinato de monseñor Gerardi. Yo tenía 14 años y caminé con mi uniforme sosteniendo un afiche del rostro del obispo asesinado. Aquello me marcó la vida y sentí por primera vez la oportunidad de hacerme preguntas profundas sobre la realidad del país.
La plaza en 2015 y en 2017 se llenó de ciudadanos entre los cuales muchísimos eran niñas, niños y jóvenes. Yo vi a mis sobrinos en la Plaza con su bandera y mi corazón se llenó de esperanza. Porque la niñez no es el futuro del país, no nos confundamos, es el presente.
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