Ver llover por la ventana ha de ser alguna de las imágenes más melancólicas de esta ciudad. Ver llover por la ventana bajo la seguridad de un techo, claro está, para quienes lo tienen.
Leí con una tristeza infinita la historia de Sandra Elizabeth Sac, una mujer quetzalteca de 42 años quien vivía en un cuarto que, por alguna de las cientos de razones de la desigualdad en este país, no pudo seguir pagando.
Fue desalojada Sandra Elizabeth y durmió su primera noche en una banca del parque central de Xela. Su cuerpo fue encontrado la mañana siguiente, con la ropa mojada por la lluvia, por el sereno, y Sandra Elizabeth, muerta.
Tan cotidiana la vida resguardada y tan privilegiada. Un techo: ahora mismo mientras leés esto seguro hay un techo sobre tu cabeza, una oficina, un local, una casa. El refugio básico de todos los días, tan obvio, tan en silencio.
Algunos alquilamos apartamento o casa, otros viven aún con sus padres (y abuelos, y tíos). Los menos son propietarios de ese techo. Cuesta, cuesta un montón tener uno propio. ¿Cuántos serán los sin techo?
No hay datos, a ver qué dice el censo, pero como Sandra Elizabeth son cientos de miles de personas y hogares. Un estudio realizado en 2016 por Hábitat para la Humanidad señala que más de un millón y medio de viviendas tienen problemas de materiales, acceso a servicios, derechos de propiedad. Más de un millón de estas viviendas están en el área rural, para hablar de desigualdades.
La organización Techo también publicó en 2016 otro estudio sobre 314 asentamientos informales en el área metropolitana de Guatemala. Ahí la información también nos grita que hay cientos de miles de casos como el de Sandra Elizabeth.
Y no tenemos nada qué decirle a Sandra: no hay planes para sentarnos con ella un día antes, decirle que todo va a estar bien, que el Estado la protegerá, que la sociedad cuidará de ella y le dará techo.
No hay cómo decirle que las causas estructurales que la llevaron a este punto, a la pobreza, a la soledad, la desesperación y la muerte, aún no tienen salida. No hay qué decirle a los cientos de familias víctimas de las comunidades cercanas al volcán de Fuego, a los miles de hogares al borde de los ríos, de los barrancos.
Y es que, Sandra, no tenemos palabras para aceptar todas tus muertes, porque las únicas palabras que tendrían sentido ahora tendrían que empezar con el título “Política de Estado para la vivienda popular”, pero faltan demasiadas cosas para que eso sea posible.
Por ahora tu muerte, Sandra, sonará sobre nuestros techos cada vez que llueva, hasta que esto cambie, hasta que lo cambiemos.