Eran casi las ocho de la noche. Nos disponíamos a ir a cenar con Ale cuando en un semáforo un anciano toca la ventana del carro desesperadamente. Y entender la desesperación en segundos es bastante complicado. Abrimos la ventana pensando que estaba en el semáforo pidiendo dinero quizá, dinero desesperado. Y no. “Disculpe, ¿ustedes no van como por el Intecap?”, nos pregunta justo cuando el semáforo da verde y no sabemos muy bien qué pasa. Damos la vuelta a la cuadra mientras terminamos de entender que el señor necesita jalón.
Se sube, nos presentamos, y don Rubén es un anciano que se quedó sin cómo volver a su casa en zona 7. Se puso a platicar con un su ex compañero de trabajo y ya no encontró bus y los 7 quetzales que llevaba encima no le alcanzaban para el taxi.
Tampoco los 80 y pico de años le alcanzaban a don Rubén que trabajó 45 años en un colegio, que nos cuenta que a su edad ya no consigue trabajo en ningún lado, que por ahora se dedica a forrar de “papel bonito” cajas de cartón que consigue en tiendas, que luego vende para empacar regalos.
Es una dulzura don Rubén. El frío le había pegado con todo y sus pulmones estaban congestionados. Su esposa, doña Rocío, también estaba enferma: el médico le dijo que tenía el corazón muy grande, que se tenía que cuidar.
Y a nosotros nos quedan esas palabras dando vueltas: "tener el corazón muy grande". Vaya imagen. Tener el corazón muy grande puede ser causal de muerte. Y seguro que doña Rocío tiene un corazón inmenso. Pasa con la gente de buen corazón que se les nota desde el horizonte.
Algo así le pasa a Joaquín Orellana, otro viejo de corazón inmenso y de sabiduría inagotable. Lo escuchamos hablar en un evento público hace pocos días. También al gran genio de la música contemporánea guatemalteca le toca moverse en camioneta de su casa en Mixco al Teatro Nacional la mayor parte de los días y ajustar para sus cuentas. Esa noche se hizo una petición de una pensión vitalicia –de al menos final de vida- para Orellana, un genio del arte.
Y por el momento sabemos que hay nada...Don Rubén, doña Rocío y Joaquín son viejos que han pasado su vida trabajando, incluso cuando en su vejez tengan ante ellos la inmensa espalda de la sociedad. Ellos que han visto al país irse al carajo barato, barato, seis veces. Vivieron 1954 a sus veinte años y no han parado de trabajar: con sus corazones inmensos y sus manos temblorosas, insisten.
El 70% de la población de este país tiene menos de 30 años. Es decir unos 12 millones de ciudadanos. Que también quiere decir que en 50 años serán los Rubenes, Rocíos y Joaquines. Y no se vale. Por ellos, y por nosotros ahora y cuando seamos viejos, o más viejos, es que no podemos permitir que los corruptos se apoderen del país.
Siempre hablamos del futuro para los niños, como si nosotros no tuviéramos futuro. El futuro también es nuestro y la vida está en juego.
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