La semana pasada Dina Fernández, la cabeza del Consejo Editorial de Soy502, publicó en este espacio un relato de horror sobre una experiencia de violencia física, psicológica y sexual que vivió junto a otras tres mujeres cercanas.
El gesto valiente y transgresor de Dina me partió en dos el pecho esa mañana. Leí la columna y pasé días pensando en cuál es el origen de nuestros silencios.
Hablar, decir, denunciar, enunciar, señalar, gritarlo cuando sea necesario, llorarlo, rabiarlo, reventar la mordaza, ver a los ojos a la bestia, sentir la respiración cercana y apretar los puños y ponerle nombre, y decir acá estoy, e insistir “no podés contra mi vida”, porque la bestia no puede contra la vida, porque el horror no puede contra la fuerza que nos viene de ser los herederos de una larga historia de sobrevivencia, pero también de un mecanismo de horror y de sometimiento.
Pasó que el día de la publicación y los que siguieron, las redes sociales empezaron a llenarse de #YoTambién: de testimonios de mujeres que han nombrado a sus bestias, las han señalado, las han denunciado penalmente en algunos casos, en otros recién empieza a ventilarse la oscuridad del abuso y es una tragedia, es una maldita pandemia.
No dudo en decir que la violencia ejercida contra la mujer en todas sus manifestaciones es el origen esencial de la mayoría de nuestras desgracias. Tenemos el espíritu roto, el cuerpo marcado. Y lo digo con la rabia de la cantidad de relatos que acompañan el #YoTambién pero sobretodo con la urgencia de ver en el espejo a mi propia bestia.
Sin ponerlo en palabras no habrá empatía, ni habrá justicia, ni sanarán las heridas ni llegará el perdón. La denuncia al abusador es tan fundamental como pensar y reconocer las veces que hemos sido ese personaje, y en esto me refiero a nosotros los hombres.
Una amiga me decía que jamás ha sido un buen momento en la historia para ser mujer, y de la conversación llegamos a que a pesar de que así pareciera ser, es un hecho que nunca como en este tiempo es fundamental la fuerza y la lucha desde las mujeres, que nunca como ahora se han oído crujir las estructuras del sistema machista patriarcal abusador, nunca como ahora se oyen las voces desde los Golden Globes hasta vos, hasta la sobremesa.
Y ahí hay una ruta, una ruta en la que debemos agradecer el valor de quienes han salido a evidenciar las horrendas puntas del iceberg de una estructura que nos toca a todos. Y entonces atrevernos también a ver al espejo y nombrar a la bestia, aunque esta tenga muchas veces nuestro mismo nombre.
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