"Varón" es una palabra que me recuerda a las peluquerías y la manera en que mis viejos cuentan la historia de nuestro nacimiento. Soy el menor de tres hermanos hombres y a los gineco-obstetras les gusta usar la palabra.
De hecho llaman particularmente la atención las nobles connotaciones con las que la palabra “varón” aparece en el diccionario: buen varón, santo varón, varón de Dios.
Son esas cosas elementales del lenguaje, sus trampas sagradas. Vivimos en una sociedad con todas esas connotaciones de "varón" que contrastan con su horrenda versión femenina: “hembra”. Entonces buena hembra, santa hembra o hembra de Dios, a ver, no nos engañemos, esas expresiones no se usan. O no se usan igual.
La estructura social, económica, lingüística, familiar, religiosa, cultural está diseñada en privilegio del “buen varón”.
El principal resultado: violencia.
La violencia del que aplasta, del que invisibiliza, del que amarra, del que silencia, del que controla, del que manipula, del victimario victimizándose para quitarse el pedo, del que se para en el pedestal para explicar aquello “que no entendés”, etcétera, etcétera.
La violencia patriarcal tiene tantas aristas como la vida misma de una sociedad. Al ser un tema estructural hace que el acoso callejero y quién decide cómo se usa el control de la tele estén conectados.
La caballerosidad y el femicidio tienen hilos discretos que están todo el tiempo tensándose, apretándose: es una forma de entender la vida. Resulta paradójico porque es imposible pensar la vida desde la violencia, y sin embargo pasa todo el tiempo. Esa es nuestra película de horror cotidiano: pretender amar (por hablar de la vida) y al mismo tiempo someter, dominar, violentar como principio de conexión, vaya pesadilla.
Y bien, como hombre y como escritor me queda muy claro que tenemos muy pocas palabras para hablar de esto. Me queda clarísimo que el lenguaje es una de las herramientas esenciales de este sistema a contravida.
Hasta ahora desde la masculinidad la discusión se ha quedado en cortas y ocasionales conversaciones intelectuales. El machismo no es ni por cerca un debate entre los hombres. No vemos la fuerza del rechazo homofóbico del “vos hueco sos” en un “no seas macho, ¡bestia!”. Al contrario, me puedo imaginar largas horas de ruiditos guturales cuestionando la masculinidad de quien denuncie, o cuando menos, enuncie, qué sé yo, ¡anuncie, aunque sea!
Y creo que el asunto es que hay que empezar a diseñar la estrategia desde la masculinidad en contra del sistema patriarcal, de la bestia que llevamos dentro. Toca verla a los ojos y empezar a nombrarla, remover lo público, trastabillar lo íntimo.
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