Uno de mis mejores amigos del colegio –y de la vida- contaba esta anécdota de su papá. En medio de alguna bronca familiar, el señor solía gritar, molesto, desde el cuarto: “Paco, ¡vení para acá!”. Paco llegaba, obediente y asustado, a presentarse ante el padre que al nomás entrar le replicaba: “¡lárgate de aquí, no te quiero ver!”.
Belleza. Llamarte para echarte. Digamos que es el principio de la lógica del tirano: imponer su “autoridad”, por la pura gana de imponerla.
Bien sabemos que el tirano no escucha, por necio, pero también porque le fascina hablar sin parar, pavonear sus dotes de tirano. Mira qué valiente soy, qué bravo, qué fortachones mis amigos, ay sí, ay sí.
Papás tiranos, jefes tiranos, parejas tiranos; diputados, alcaldes, presidentes, tiranos. Tiranillos digamos.
En la mayoría de casos son hombres, esto por la miserable desigualdad de un sistema que tiene puro macho en los puestos de toma de decisión.
Recién la comunicadora Yiyi Sosa denunció en un video lo complicado que es trabajar en televisión como mujer partiendo de que los criterios de muchos de estos varones de las jefaturas son las nalgas de la presentadora. Sosa lo evidenció para los medios de comunicación, pero el machín tirano –valga la redundancia- usa ese mismo criterio en muchos más contextos que los medios.
Son importantes las nalgas en la historia de los tiranos, porque muchas de sus decisiones también están tomadas con esa parte del cuerpo.
Al tirano lo que le gusta, en principio, es el poder: ser visto, ser reconocido como esa persona cuya opinión es La Opinión, y quien debe de tomar las decisiones porque él siempre ve algo que el resto de los mortales no podemos ver.
Para este momento en la lectura, estoy seguro que ya le pasaron cinco nombres por la cabeza. El punto: al papá de mi amigo, la misma familia le pidió que se fuera y él salió somatando la puerta, de plano. Esto fue resultado de un proceso doloroso y colectivo en el cual, como familia, decidieron que lo mejor era sacarlo.
No pude resistirme la tentación: Daniel Ortega y Jimmy Morales aquí nomás, muy cerquita, necios, sordos, abusivos, depositarios de un gran poder, ambos salieron de contextos distintos y aunque en definitiva no son lo mismo, pues un poco sí, sí son lo mismo, estos dos y el papá del grito.
La familia nicaragüense está en su propia lucha, ¡fuerza y corazón!, vecinos. A nosotros también nos tocará librar nuestro propio conflicto de familia, pero de que toca afrontarlo, toca. Pero ya.
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