Los vuelos privados para funcionarios son una plaga.
El presidente Jimmy Morales enardeció a las redes cuando se supo que su amigote, el ministro de medio ambiente Alfonso Alonzo, le pagó (con nuestros impuestos, claro) un avión privado para ir a la cumbre de República Dominicana.
Los argumentos que esgrimen los servidores públicos para contratar vuelos privados se los puedo recitar de memoria: que se ahorra tiempo, que el viaje es más productivo, que no es tanto más caro. Y hay uno que no mencionan, pero que seguro pesó en esta ocasión: así le evitan al Presidente el riesgo de un encontronazo con algún deslenguado que le diga exactamente cómo califica su gestión.
Sin duda es más cómodo dárselas de “jet-set” que viajar como lo hacemos el común de los mortales. No le va a tocar al Presi hacer cola en el registro de la línea aérea; ni cola en migración; ni cola en seguridad, para que le hagan abrir la maleta y el universo entero mire su ropa interior; no le toca preludio de striptease al sacarse la chaqueta, el cincho y los zapatos; ni le tocará por asomo quedarse en el asiento de en medio, entre el paisano que parece luchador de sumo y la doñita que quiere ir al baño cada veinte minutos.
Eso no le va a pasar a él. La pregunta es si el viajecito privado se lo debemos pagar al Presidente, o a cualquier funcionario, con nuestros impuestos.
Y ya nos van a decir que somos unos exagerados por alegar del costo de los boletos, que salieron a once mil quetzales por cabeza, que no seamos chillones. Es cierto: no va a quebrar el Estado de Guatemala por alquilarle un King Air para el Presidente y a su comitiva.
Lo malo es que ese gustito por los aviones privados se vuelve vicio.
Ahí está el caso de Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti. Los financistas de campaña los iniciaron en la onda de los jets privados y luego ya no querían subirse a un vuelo comercial. En los juicios hemos visto cuánta transa hicieron para adquirir helicópteros de lujo y la famosa “balita”, el jet de lujo que le “regalaron” a Pérez Molina. Solo en el mantenimiento de ese avión, se gastaban casi 200 mil quetzales al mes, declaró el colaborador eficaz Salvador González, Eco. Todo porque “ala qué hueva ir a hacer cola al aeropuerto pues”.
Hemos pagado caro tanta extravagancia. Ese sistema corrupto que financió la ostentación de tanto impresentable colapsó en 2015 y nos dejó sumidos en una crisis política de veinte pisos de la cual ojalá podamos salir con instituciones reformadas y fortalecidas, pues de lo contrario solo asistiremos al retorno descarado de las mafias.
Todo por ese apetito voraz de niño consentido que quiere atorarse la boca de chupetes, que exige con pataletas que le den la juguetería entera y que empieza con el argumento pueril de “no quiero hacer cola en el aeropuerto”.
Y sí, puede que los once mil quetzales que vale cada pasaje en avión privado sean solo eso, pero parpadeamos y se convierten en los 200 mil al mes de “la balita”. Y así, de once mil en once mil es que no se abren caminos ni se reparan las carreteras destruidas ni se arreglan las goteras de las escuelas ni se sustituyen los aparatos que el Insivumeh perdió en la tragedia del Volcán de Fuego, ni se buscan soluciones para los cientos de miles de niños que padecen desnutrición crónica.
Solo porque esos males existen, porque seguimos hablando de cuánto crecen las remesas y no nos da vergüenza, porque por la situación de indignidad, violencia y miseria hay 465 familias separadas en la frontera de Estados Unidos, solo, solo por eso, es que talvez el Presidente podría hacer cola y ver dónde zampa su maleta de mano y se sienta con buen modo entre el gordo y la doñita que va al baño, en vez de irse durmiendo la mona en vuelo privado.
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