Los videos que inundan las redes sociales son contundentes: Nicaragua se está desangrando, a ciencia y paciencia de la comunidad internacional y para vergüenza nuestra, ante la indiferencia asquerosa de los gobiernos de Centroamérica, en cuenta el de Guatemala.
Pese a que somos vecinos de Nicaragua, pese a que muchos guatemaltecos tienen intereses importantes en ese país, la cancillería de Jimmy Morales fue una de las últimas en condenar la monstruosa represión encabezada por el régimen de Daniel Ortega y su tirana consorte, Rosario Murillo.
A ello hay que añadir que el Congreso tampoco logró ponerse de acuerdo para emitir un punto resolutivo repudiando la violencia desatada en Nicaragua contra estudiantes y activistas.
Los argumentos que esgrimieron los diputados para hacerse los locos son ridículos. Dijeron, por ejemplo, que “no les constaba” que en Nicaragua se hayan dado “ejecuciones extrajudiciales”. Los mismos nenes que no tuvieron remilgos para destrozar el Código Penal ahora se hacen los exquisitos con la presunción de inocencia.
A otros tampoco les gustó que el punto resolutivo lo haya propuesto el controversial diputado Fernando Linares. ¿De cuándo acá tan selectivos si se sientan con él todos los días? Aquí no es cuestión de a quién se le ocurrió sino de hacer lo correcto y ya.
Ahora bien, los campeones del descaro fueron los diputados que se opusieron al punto resolutivo, en un claro gesto de respaldo a Ortega. La postura de URNG y Winaq es vergonzosa: ¿con qué cara condenan los abusos cometidos aquí durante la guerra fría y se hacen los desentendidos con los sicarios de Ortega?
De igual calaña se mostró la izquierda latinoamericana reunida en Sao Paulo, que no tuvo empacho en confirmar que sigue defendiendo los peores horrores, ya sean soviéticos, cubanos, venezolanos o nicaragüenses, si eso le permite aferrarse al poder.
Ahí, en primera fila vimos al ex jefe de las FAR, Pablo Monsanto, traicionando al pueblo de Nicaragua que hoy sufre bajo Ortega y Murillo como antes bajo Somoza.
Tarde y de forma tibia, la bancada Convergencia ha intentado tomar distancia, pero el gesto sabe a poco y llega muy tarde.
Hace mucho que Ortega merece nuestra condena unánime porque hace mucho, hace demasiado, sabemos que es un populista corrupto que se ha dedicado a destrozar las instituciones de su propio país. Hoy, su ataque sangriento al pueblo de Nicaragua, los asesinatos a mansalva en la calle, lo hacen insostenible como mandatario. Nadie en el mundo con un ápice de decencia puede hacer más que pedir que Ortega deje el poder y pronto.
Los centroamericanos debemos repudiar sin titubeos las salvajadas del régimen sandinista, no solo porque es lo que se debe hacer, política y moralmente, sino porque los abusos son contagiosos y cuando se les permite crecer con impunidad, no tardan en propagarse.
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