Con una vida entera dedicada a la política, Joe Biden es el hombre que se animó a disputarle la presidencia a Donald Trump, en el momento de mayor polarización y beligerancia política de los EE.UU. en la historia reciente.
Biden, senador durante 36 años y vicepresidente durante ocho años en el Gobierno de Barack Obama, posee una alta capacidad para negociar con el adversario y también para lidiar con el dolor de la tragedia personal.
Gabriela Esquivada, periodista de Infobae, escribió acerca de la vida del recién proclamado Presidente 46 de los Estados Unidos.
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Su historia
“De esta casa a la Casa Blanca, con la gracia de Dios”, escribió Joe Biden, en uno de los puntos finales de su campaña por la presidencia de los Estados Unidos: la vivienda de Scranton, Pensilvania, donde nació el 20 de noviembre de 1942. El estado natal del demócrata —y de la constitución del país— fue uno de los pocos que mantuvo el recuento de votos en un suspenso tan intenso que incrementó las búsquedas de “café” y “venta de alcohol” en Google.
Y Biden llegó hasta allí, como quien termina un viaje en el mismo puerto donde lo comenzó, a cerrar el ciclo de una vida entera dedicada a la política.
Su jura como mandatario número 46 lo convertiría en el de mayor edad al asumir, con los 78 años que tendría en enero. No resultaría un extraño en la sede del gobierno ya que fue vicepresidente de Barack Obama en los dos términos de 2008 a 2016; mucho menos en Washington DC, donde durante 36 años trabajó como senador del estado de Delaware.
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En eso encarna exactamente lo opuesto que Donald Trump, quien asumió sin carrera política previa e hizo de eso una virtud proclamada, contra el establishment que parece agotar a buena parte del electorado estadounidense. Biden es también su antípoda en otro sentido: ofrece la promesa de la previsibilidad, algo que, hacia el fin de este 2020, se diría que anhela otra gran cantidad de ciudadanos, exhaustos por la beligerancia política y el peso de la pandemia de COVID-19, que ha dejado una estela de 235.000 muertes, desempleo y desesperanza.
De aquella casa de Scranton salió por primera vez a los 13 años, cuando su padre perdió el principal de sus dos empleos —vendía automóviles usados— y vislumbró un futuro mejor en Delaware. Con sus cuatro hijos, de los cuales Joe era el mayor, Jean Finnegan y Joseph Biden se instalaron en Mayfield, un suburbio de Wilmington. De aquella crianza sacó ese aire a persona común, de trabajo —un gran aporte a la fórmula de Obama, quien gustaba más entre los jóvenes y la gente más educada—, aunque hace rato que su patrimonio superó el millón de dólares.
Además del catolicismo sus padres le enseñaron la resistencia, la capacidad de ser fuerte pero elástico para prevalecer, sea ante los desafíos de la vida —Biden sufrió un tartamudeo en la infancia, que superó con una ejercitación muy esforzada— como ante la tragedia, que lo puso a prueba con golpes bajos. “La medida de un hombre no es cuántas veces lo tiran al suelo, sino la velocidad a la que se levanta”, solía decirle el padre.
La madre ofrecía consejos menos abstractos. En una ocasión Biden llegó llorando a la casa, afectado por el bullying de otro niño en la calle y Jean, en lugar de consolarlo, le sugirió que al día siguiente le diera una trompada en la nariz para zanjar el asunto. “Así podrás caminar tranquilo”, argumentó.
En Delaware logró ingresar en la prestigiosa Archmere Academy; trabajó como limpiador de ventanas y desmalezador para ayudar a que sus padres pagaran esos estudios. Luego se inscribió en historia y ciencia política en la Universidad de Delaware (aunque más le interesaban las muchachas, según recordó) hasta que pasó a cursar derecho en Syracuse.
Llegó allí impulsado por la ambición pero también por las mariposas que le habían quedado en la barriga tras un viaje de Spring Break a Bahamas, en 1961: había conocido a una estudiante de Syracuse, Neilia Hunter, y se había declarado “noqueado de amor a primera vista”. Debió esforzarse por mejorar su nivel mediocre de calificaciones para que lo aceptaran en la Escuela de Leyes, y acaso también para impresionar a la rubia. Se casó con ella en 1966.
De esos años datan algunos episodios menos refulgentes de su biografía, que fueron materia de memes en la combativa campaña electoral. En su primer año como estudiante de posgrado tuvo un problema: no citó adecuadamente una referencia, como lo describió luego. Siempre dijo que fue inadvertido. Sin embargo, cuando en 1988 lo acusaron de haber plagiado un momento emotivo de un discurso del laborista británico Neil Kinnock, sobre cómo alguien de orígenes humildes puede llegar a la universidad, sus adversarios comenzaron preguntarse si tendía al cut & paste.
El otro hecho opaco que corrió velozmente en las redes sociales —tal el trato que los algoritmos dan a la desinformación en las plataformas— fue su situación en la guerra de Vietnam. Como un joven sano, que con su 1,82 metro de altura se había destacado en el equipo de fútbol americano de Archmere Academy, fue llamado a filas. En 1968, mientras 296.406 muchachos como él debieron ir a combatir —la segunda convocatoria más grande—, quedó eximido tras un examen médico militar.
Igual Trump, nacido en 1946, Biden solicitó que se postergara su servicio. En tanto estudiante universitario, el demócrata recibió cinco extensiones a la fecha de presentación. Luego tanto él como Trump recibieron una clasificación 1-Y, que los eximió de ir al frente: sólo se les podría aplicar una leva si hubiera una emergencia nacional. En el caso de Trump, el diagnóstico médico fueron espolones óseos en el talón; en el de Biden, un asma durante la adolescencia. Y para ambos, la mirada del público ha sido de disgusto.
Poco después, graduado y con tres hijos, Beau, Hunter y la bebé Naomi, Biden se lanzó a la improbable tarea de convertirse en senador por Delaware en competencia contra el republicano J. Caleb Boggs: tenía 29 años y su campaña fueron sus padres, su esposa y su hermana Valerie. Ganó.
Se disponía a comenzar el primero de sus seis términos por Delaware en el Senado cuando una semana antes de la Navidad de 1972 Neilia y Naomi murieron en un accidente: su furgoneta chocó contra un camión. Los dos hijos varones quedaron mal heridos. Una foto histórica ha recorrido los medios en las últimas semanas: el senador más joven que se hubiera elegido juraba su banca en el hospital donde cuidaba a los pequeños sobrevivientes de lo que había sido su familia.
Desde entonces se lo conoció como el político con más horas-tren de Capitol Hill: todos los días viajaba de ida y de vuelta entre Wilmington y Washington DC para poder estar con sus hijos, llevarlos a la escuela a la mañana y acostarlos en sus camas a la noche. Durante cinco años los crió solo, con la ayuda de su hermana Valerie; al cabo de ese tiempo, se casó con Jill Jacobs, su actual esposa, una profesora de educación terciaria, con quien tuvo otra hija, Ashley.
La pérdida de su esposa nunca se había retirado del todo de su vida; a veces aparecía como tristeza, otras como ira y salía a caminar con la ilusión de meterse en una pelea a puñetazos con alguien. En 1977, con dudas sobre su capacidad de entrar a un segundo matrimonio en esas condiciones, le preguntó a Jill si realmente podría casarse con alguien que tenía sentimientos tan fuertes por otra persona. “Cualquiera que haya amado tanto una vez puede volver a hacerlo”, le dijo ella. Biden sintió que la corriente de emociones entre ellos le daba lo que el duelo le había negado: “Permiso para volver a ser yo mismo otra vez”.
Desde 1973 a 2009 estuvo en su banca, casi como parte del mobiliario del edificio que concentra el poder político de los Estados Unidos. Se convirtió en una de las voces más respetadas en asuntos internacionales, al punto que durante varios años fue titular del Comité de Relaciones Exteriores.
Trabajó en cuestiones como limitación de armas estratégicas durante los años de la Guerra Fría con la Unión Soviética, la guerra en los Balcanes, la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para incluir a naciones del ex bloque del Este y se opuso a la primera guerra del Golfo, aunque votó a favor de la invasión a Irak en 2003 (cuatro años más tarde objetaría su manejo y se opuso al aumento de tropas en 2007) y ese mismo año impulsó acciones de su país para detener el genocidio en Darfur.
Su último dardo hacia la presidencia pegó cerca de la diana: en 2008, se retiró para adherir a uno de sus competidores y la fórmula Obama-Biden derrotó a la republicana, de John McCain y Sarah Palin. Como vicepresidente número 47, además de haber participado en las políticas sobre Irak y Afganistán, actuó consejero general de Obama y negociador en el Congreso sobre aumento de impuestos y recortes de gastos, además de alzar la voz sobre el control de armas y el matrimonio entre personas del mismo sexo.
En 2017, a punto de dejar el cargo, Obama le otorgó la Medalla de la Libertad. “Aquí le damos a internet una última ocasión de hablar de nuestro bromance”, dijo el ex mandatario para distender la situación: Biden lloraba.
Su larga carrera le ha ganado distintas críticas por el camino, y algunas de ellas se reavivaron, juntas, en ocasión de su candidatura. Incluso su compañera de fórmula, Kamala Harris, lo increpó, cuando todavía eran competidores en las primarias: “No creo que usted sea un racista, pero...”, comenzó a recordarle que él había colaborado con legisladores contrarios a los buses escolares que reducían el segregacionismo en el acceso a la educación. “En California había una niña de segunda clase, a la que transportaban gracias a esos programas. Esa esa niña era yo”, le dijo.
Biden se defendió: siempre había creído en la importancia de trabajar en conjunto con los que pensaban distinto para sacar leyes adelante, y muchas veces había aceptado un denominador común muy bajo.
Biden regresará a la Casa Blanca el próximo 20 de enero.
*Tomado de Infobae
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