Quería quedarse con su negocio, con su vida, su voz. Hasta con sus camisetas negras. El plan era suplantarlo: tomar su lugar como rey de las cárceles y portavoz de la impunidad.
Y así lo hizo el criminal más sanguinario de Guatemala, Marvin Montiel Marín, alias “El Taquero”. La semana pasada apareció en Tribunales vistiendo una playera negra con un letrero en el pecho “Byron, Crimen de Estado” y otro en la espalda "CICIG fuera".
Montiel Marín está acusado precisamente de planificar y ordenar la muerte del capitán Byron Lima --el militar, aliado del Partido Patriota, que manejaba el Sistema Penitenciario como le daba la gana—y a otras 14 personas que estaban con él.
Las masacres son el sello personal de “El Taquero”: también está condenado a 820 años por haber asesinado a los pasajeros y tripulantes de un bus de turistas que mandó a secuestrar, porque según él llevaba un cargamento de droga.
Quien sabe cuántas más haya dejado regadas en su vida criminal.
Lima, quien cumplía condena por uno de los crímenes políticos más relevantes de nuestra historia reciente, el asesinato de Monseñor Juan Gerardi, ambicionaba salir de la cárcel para llegar al poder, pasar del poder fáctico, que llegó a tener, para alcanzar el institucional. Lo dijo varias veces públicamente: soñaba con liderar un movimiento de extrema derecha con fanfarria militar para llegar a la presidencia.
Gracias a las conexiones políticas que tenía antes de ser condenado, y que nunca abandonó, Lima logró crear en la cárcel una máquina de hacer dinero. Había acumulado fortuna y creado estructuras de base. Además, cultivaba relaciones con la fauna política que podía impulsarlo. De esa cuenta, vivía confraternizando, en los propios penales, con diputados, alcaldes, ministros y funcionarios. Se relacionaba –quizá financiaba—a organizaciones afines y voceros de su mensaje.
Era el reo más poderoso del país y consideraba a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, CICIG, como su principal obstáculo. Estaba próximo a completar condena cuando la CICIG lo acusó, en septiembre de 2014, de liderar una mafia dedicada a lavar dinero y a hacerle cobros ilegales a los presos, a cambio de favores y privilegios.
La CICIG le arrebató a Lima esa posición y los sueños largamente acariciados y por eso, desde que se presentó a las primera audiencias del proceso iniciado en 2014, armó una defensa política que enarbolaba incluso antes de decir palabra, gracias a las famosas camisetas negras.
Como personaje, Lima era fascinante: un tipo con el futuro frustrado, educado para ser alto cuadro del Ejército, que se vio obligado a sobrevivir en la cárcel, con los códigos despiadados de la violencia, y así se transformó y se pulió como capo del crimen organizado.
Que haya quienes, incluso dentro de las elites del país, piensen que esa figura –y ese discurso—podían tener un futuro político, es profundamente inquietante.
Fue un error operativo mayúsculo meter en la misma cárcel a dos personajes con el perfil de Lima y El Taquero. Como dicen…no era suficientemente grande ese gallinero para los dos.
“El Taquero”, por su parte, no tenía nada que perder: con 820 años de condena encima, y la oportunidad de apropiarse del control de la cárcel, ¿qué más le daba matar a Lima?
Lo cierto es que ver al reo Marvin Montiel Marín, acusado de dos masacres, con la misma camiseta negra de Lima, muestra el verdadero rostro de la impunidad.
Guatemala no puede permitir que la sigan gobernando criminales: ese es el desafío donde nos va la vida.
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