¿Maya, garífuna, xinka, afrodescendiente, creole, afromestizo, ladina, extranjera? ¿Cómo vamos a responder a esta pregunta básica del censo?
Sí, empieza el censo 2018 en medio de dos realidades inminentes: la primera, que no podemos seguir sin datos esenciales para el país de cuántos y quiénes somos. La segunda, que un muy alto porcentaje de la población desconfía de cualquier cosa que venga de este gobierno.
De los tecnicismos, incidencia, efectos e intereses del censo estoy seguro que saldrán muchos contenidos en estos días, y es fundamental informarnos, empezando por la información oficial que pueden consultar en la página del censo.
Pero quiero volver a ver la pregunta identitaria del censo: “Según su origen o historia, ¿cómo se considera o auto identifica?”. Si uno hace el ejercicio conciente, es una pregunta que no se deja responder sin meternos en un necesario laberinto.
La identidad es una compleja red simbólica que pasa, cuando menos, por el género, la etnia y las clases sociales, tres elementos con los que podríamos describir todas las virtudes y retos de este país, pero que también, es verdad, empieza con la pregunta personalísima e íntima de quién soy.
La identidad es conciencia, espejo, desnudez. No hay manera de engañarnos aunque sí haya muchísimas formas de reinventarnos y replantearnos.
Empezando porque tenemos poca información, cosas muy simples como que el concepto de “raza” está generosamente superado, aquella manera de entender la pertenencia a una cultura, pueblo o tradición era una visión particularmente racista expandida en el siglo XIX en beneficio de ciertas “razas”.
En Guatemala tenemos encuentros muy diversos, historias y orígenes que tienen, afortunadamente, una raíz profunda en esta Mesoamérica que habitamos. Pero también tenemos una predilección por tratar de explicarnos desde visiones eurocéntricas de origen bastante cuestionable. La cantidad de veces que hemos escuchado a un guatemalteco hablar de su tátara tátara abuelo español/italiano/alemán sin mencionar que muy probablemente entre sus 16 tatarabuelos tranquilamente la mitad son indígenas, y otra buena parte afrodescendientes, y sí, también están los europeos, pero vivimos un tiempo en el que podemos ser más generosos, más creativos.
Mi punto aquí es volvernos a preguntar quiénes somos y no nada más para llenar la casilla de un censo sino para encontrar esos puentes que nos conectan, las historias que nos cruzan. Uno de los primeros pasos contra el racismo es abrazar la diferencia y reconocernos en ese “otro” que muy probablemente en realidad es un “nosotros”.
Más de Julio Serrano Echeverría: