Los diputados han demostrado en las últimas semanas que están dispuestos a escarbar, así sea con las uñas, una guarida de impunidad.
Tienen razón de estar asustados, porque estamos a la espera de un nuevo tsunami de acusaciones criminales. Ese maremoto se concentrará en el sistema político: en la cúpula del Partido Patriota que negoció el préstamo por cerca de 400 millones de dólares para construir la carretera CA-2 Occidente y los diputados que recibieron dinero por aprobarlo y adjudicar el contrato a la compañía brasileña Odebrecht.
Los congresistas pueden zapatear todo lo que quieran, pero ese reclamo de la justicia es inminente y además, inevitable.
El caso Odebrecht ha generado olas en el mundo entero luego de que esta empresa se declarara culpable de fraude en Estados Unidos y se comprometiera a pagar 3.5 millardos de dólares en multas por delitos cometidos en 12 países, en cuenta Guatemala.
Estamos ante el mayor proceso de corrupción juzgado en el mundo hasta hoy. Esos 3.5 millardos de dólares de multa cubren casi la mitad del presupuesto actual completo de nuestro país durante un año.
El Ministerio Público está investigando a marchas forzadas el negocio de la carretera CA-2 Occidente, porque los ejecutivos brasileños confesaron que repartieron 18 millones de dólares en sobornos en Guatemala.
Cuando el préstamo de la carretera se aprobó, la bancada Lider --que se opuso, seguramente por fallas en la negociación-- denunció que los diputados que “colaboraron” habrían recibido hasta 250 mil quetzales, cada uno.
El préstamo se aprobó con 108 votos. Ahora, los fiscales deben “seguir el dinero” para probar qué congresistas y qué funcionarios del Ejecutivo salieron con las manos untadas gracias a ese negocio.
Hay quienes estiman que entre 30 y 40 de los diputados actuales podrían verse implicados y perder su curul, con lo cual se alteraría de forma sustancial el balance de fuerzas en el Congreso.
Por eso –y por otras “travesuras”-- es que ustedes ven al dragón de las mafias políticas coleteando con un descaro que solo puede calificarse como insolente, para granjearse impunidad sin pudor, a la vista de todos.
Esa lucha es vana porque las fuerzas pesquisidoras rebasan por mucho nuestras fronteras.
El carnaval de la corrupción al estilo Odebrecht, que alimentó con dinero público tantas fortunas en América Latina y el Caribe, se terminó. Washington y Ginebra callaron la música y los brasileños no tuvieron más remedio que cerrar el zambódromo.
Ahora, en estas latitudes tropicales de Centroamérica, esperamos la resaca y el tsunami que se originó en las costas brasileñas.