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La paz de Hiroshima

  • Por Soy502
04 de abril de 2017, 05:00
La bomba atómica redujo a cenizas a la ciudad de Hiroshima. Este edificio fue lo único que quedó en un radio de dos kilómetros. (Foto: cortesía Juan Carlos Sandoval)

La bomba atómica redujo a cenizas a la ciudad de Hiroshima. Este edificio fue lo único que quedó en un radio de dos kilómetros. (Foto: cortesía Juan Carlos Sandoval)

El miedo a la guerra nuclear es tan años 80 que tal vez ustedes no le hayan prestado atención a estos titulares:

Rusia presenta “Satanás 2”, un misil capaz de destruir un país entero.

Imágenes de satélite indican que Corea del Norte se prepara para realizar su sexta prueba nuclear.

El presupuesto de Trump: un billón de dólares adicionales para armas nucleares.

Confieso que a mí tampoco me hubieran dado escalofríos, de no ser porque recién visité Hiroshima, gracias a una invitación del gobierno japonés, que busca afianzar vínculos con América Latina.

La ciudad de Hiroshima está ubicada al sur de Japón, sobre el delta del río Ota. Al ver la ciudad hoy, con sus bulevares anchos y sus edificios modernos, cuesta creer que hace 70 años esa metrópoli quedó reducida a cenizas por la explosión de la primera de las dos bombas atómicas que marcaron el fin de la segunda guerra mundial.

Los sobrevivientes de la bomba recuerdan que el río Ota se llenó de cadáveres después de la explosión de la bomba. (Foto: Dina Fernández)
Los sobrevivientes de la bomba recuerdan que el río Ota se llenó de cadáveres después de la explosión de la bomba. (Foto: Dina Fernández)

Nada de lo que uno pueda saber sobre “Little John”, la bomba cargada con 140 libras de uranio enriquecido que Estados Unidos lanzó sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945, lo prepara a uno para la atmósfera de esa ciudad.

En el Parque Conmemorativo de la Paz se encuentran las ruinas del Domo de la Bomba Atómica, donde funcionaba el Centro de Promoción Industrial de la región. Ese era el blanco del ataque nuclear porque se podía identificar con claridad desde el cielo.

La bomba estalló a unos 100 metros de ese punto, en pleno centro de la ciudad. La estructura de hierro de la cúpula, con sus pilares y algunos fragmentos de pared, fue lo único que se mantuvo en pie en un radio de dos kilómetros. Los escombros del edificio parecen hoy un esqueleto abandonado entre el andén del río y el parque.

Vista lateral del domo de Hiroshima. (Foto: Dina Fernández)
Vista lateral del domo de Hiroshima. (Foto: Dina Fernández)

Yo fui al principio de la primavera. Parada sobre el puente que permite contemplar el Domo a la distancia, cuesta creer que después de la explosión, ese mismo río estuvo repleto de muertos, porque muchas personas se lanzaron al agua buscando alivio para sus quemaduras.

Los guías del Parque llevan carpetas con fotos y cifras que lo dejan a uno sin palabras. Por ejemplo, que la explosión generó un temperatura de 300 mil grados centígrados y que en un instante, bajo el fuego radioactivo, murieron 70 mil personas, mientras otras 70 mil perecieron poco a poco, en los siguientes cuatro meses.

Los nombres de la lista completa de víctimas están grabados bajo el arco del monumento conocido como el Cenitafio. En total suman cerca de 300 mil y yacen bajo una misma leyenda: “Que estas almas descansen en paz, no cometeremos el mismo error”.

Bajo ese arco están grabado los nombres de todas la víctimas de Hiroshima: suman cerca de 300 mil. (Foto: Cortesía Juan Carlos Sandoval)
Bajo ese arco están grabado los nombres de todas la víctimas de Hiroshima: suman cerca de 300 mil. (Foto: Cortesía Juan Carlos Sandoval)

No sé cómo describirlo, pero el clamor de esas 300 mil almas está impregnado en el aire de Hiroshima.

El Monumento a la niña Sadako, que murió de leucemia a causa de la bomba e inició un movimiento para que los niños de Japón le enviaran grullas de origami.
El Monumento a la niña Sadako, que murió de leucemia a causa de la bomba e inició un movimiento para que los niños de Japón le enviaran grullas de origami.

Todos los gobernantes y militares con acceso a códigos nucleares deberían visitar esa ciudad, caminar por el parque y entrar al museo. Ahí se exhiben los objetos que dan testimonio de la hecatombe. La sombra grabada en el piso de un hombre que desapareció, vaporizado, bajo la nube atómica; los restos calcinados de un triciclo; un trozo de vidrio, con apariencia de colmena, que alguna vez fue un conjunto de botellas; los harapos quemados de los que trataron de huir de la bola de fuego, las uñas negras, las astillas de huesos que se fusionaron con la tierra.

Maqueta que muestra la superficie de Hiroshima que fue devastada por la bomba atómica, en el Museo de esa ciudad. (Foto: Cortesía Juan Carlos Sandoval)
Maqueta que muestra la superficie de Hiroshima que fue devastada por la bomba atómica, en el Museo de esa ciudad. (Foto: Cortesía Juan Carlos Sandoval)

Este triciclo, en el Museo de Hiroshima, remite inevitablemente al niño que debió conducirlo. (Foto: Dina Fernández).
Este triciclo, en el Museo de Hiroshima, remite inevitablemente al niño que debió conducirlo. (Foto: Dina Fernández).

Quien quiera comprender a qué peligros nos expone el rearme nuclear, que vaya a Hiroshima y decida en qué lado del debate quiere estar.

Afuera del museo, en medio de un estanque que se extiende entre el Domo y el Cenitafio, arde la llama de la Paz de Hiroshima. Se encendió en 1964 con la promesa de apagarla el día que se eliminen todas las armas nucleares. Para vergüenza de la humanidad, ahí sigue, medio siglo después, para recordarnos que nos mantenemos sordos a las advertencias de la historia.

La llama de la paz en Hiroshima, arde entre dos planchas de cemento que simbolizan manos en oración. (Foto: Dina Fernández)
La llama de la paz en Hiroshima, arde entre dos planchas de cemento que simbolizan manos en oración. (Foto: Dina Fernández)

Ahora que vemos resurgir tantas noticias sobre ensayos nucleares, desfiles donde se despliega la capacidad bélica de los nuevos misiles y propuestas para incrementar arsenales, es un buen momento para pensar en esa llama y hacer lo que esté a nuestro alcance para atender el reclamo de los 300 mil muertos de Hiroshima. Por nosotros, por el prójimo, por las generaciones futuras: la devastación que causó esa bomba, irónicamente llamada "Little Boy", debería quedar confinada ahí, al esqueleto de hierro del Domo que nos interpela desde ese instante de 1945 en que fue devorado por la radiación, junto a una ciudad entera y sus habitantes.

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