El mapa del hambre elaborado por la FAO, con datos de 2015, muestra un punto rojo en el continente americano. Uno. No dos, ni tres ni cuatro. La gráfica se enfoca en demostrar cuánto se avanzó (o retrocedió) en alcanzar lo propuesto en los objetivos del milenio para reducir la desnutrición en el planeta. Guatemala quedó en la cola: “Meta 1C no alcanzada. Falta de progreso o deterioro”, señala la entidad.
Los otros países de América Latina cumplieron con lo planteado, o al menos registraron “lentos avances”. Fue el caso de Haití, El Salvador, Honduras y Belice. Nuestro país no llegó ni a eso, a pesar de que la administración anterior (sí, la que saqueó las arcas del Estado como si fuese su caja chica particular) recibió, en su momento, reconocimientos por “tener la mayor voluntad para combatir la desnutrición en el mundo” (Segunda Conferencia Internacional sobre Nutrición, Roma, 2014).
Sabrá Dios qué estadísticas utilizaron las entidades que aplaudieron en aquel momento a la administración de Pérez Molina. Es más, la evaluación que hizo el Programa de Opinión Pública de la Universidad Rafael Landívar sobre el tercer año de gobierno señalaba que en 2015 “la falta de transparencia en los procedimientos de evaluación, diagnóstico y registro, así como los datos que permitieran corroborar la información, dejaron dudas sobre la veracidad de los logros anunciados”. En esa oportunidad se proclamó a los cuatro vientos que la desnutrición crónica infantil se había recortado en más de un punto porcentual (59.9 a 58.2 por ciento). Queda claro, gracias a ese punto rojo en el mapa de la FAO, que ni siquiera hubo esa reducción mínima.
Eso es antes. El hoy es el que apremia. Esta semana, Mavelita Interiano, de 8 años, murió en el Hospital Roosevelt como consecuencia del hambre. Pesaba 35 libras. Una niña de su edad, según la Organización Mundial de la Salud, tendría que superar las 50. Mavelita, lo sabemos de sobra, no es la excepción. Ella es el rostro de la mitad de los niños de este país, que se va a la cama todos los días sin los nutrientes mínimos para garantizar que su organismo funcione como debería.
Se ha dicho y repetido que combatir el hambre de los niños es, si no por humanidad por apuesta de desarrollo, LA prioridad de este gobierno. Y del siguiente. Y del que venga después. La deuda que arrastramos no se salda de la noche a la mañana. Por ello, a la administración de Jimmy Morales, que ha ido de tumbo en tumbo y de obstáculo y en obstáculo, la caería bien enfocar su energía en una meta. Esta es la que le propongo: ya no más puntos rojos en el mapa del continente americano. Empecemos a lograr, al menos, "lentos avances". Pero ya.
Más de Beatriz Colmenares: