Guatemala se evidencia, con pavorosa cotidianeidad, como el país de las noticias desconcertantes. Lo increíble se torna en un hecho. Lo irreal, en historia cierta.
En los últimos días supimos de un ejemplar de quetzal, rescatado de un centro comercial en la zona 16.
Estaba a cientos de kilómetros de su hábitat natural: los bosques nubosos y subtropicales de las verapaces. Como no es un ave que se distinga por su agilidad para volar ni por sus hábitos migratorios, se descarta que se haya perdido en un recorrido en búsqueda de alimento hasta aterrizar en la casa de un capitalino.
Nada de eso. Alguien decidió que era buena idea tener a un quetzal de mascota. Y por desgracia, existen proveedores de todo tipo de animales exóticos a lo largo y ancho del país. Aquí se trafica de todo: loros, tortugas, tapires, venados, ranas, mazacuatas, lagartos, tigrillos, saraguates y, como es evidente, el ave nacional, símbolo de la libertad.
La depredación de la selva tropical ha sido tan apabullante que ya no se encuentran guacamayas verdes en estado salvaje y la población de aquellas de color rojo se ha reducido apenas a 300 ejemplares.
Según datos del Consejo Nacional de Áreas Protegidas, ocho de cada 10 animales silvestres que son objeto de tráfico mueren antes de llegar a su destino. Algunos, porque son cazados apenas salidos del cascarón. Otros, porque no soportan las vicisitudes del viaje.
Poco o nada les importa a vendedores y compradores que una de las aves más lindas de la fauna mundial, esté “bajo amenaza”, según los estándares de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, ya que su población declina“como consecuencia de la deforestación”.
La dramática historia del quetzal capturado tuvo un final infausto. Yo diría trágicamente metafórico. El ave, que es omnívoro e igual se alimenta de pequeñas lagartijas que de frutos silvestres, murió tres días después de su rescate en las instalaciones del zoológico La Aurora. Presentaba un cuadro de desnutrición crónica.
Y en esta tierra, la conocida como“la del quetzal, la mitad de los niños corre la misma suerte que este ejemplar del símbolo patrio. De hecho, cifras que maneja la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Sesan) revelan que hasta diciembre de 2017, 111 niños podrían haber muerto de hambre. Precisamente aquí, en esta tierra en la que casi literalmente “mana leche y miel", concepto que comprenderán algunos de nuestros dirigentes que parecen tomar decisiones basadas en el Antiguo Testamento.
Resulta doloroso que un quetzal sea esclavizado y sacado de su hábitat por personas sin escrúpulos. Pero resulta mucho más aborrecible que en 2017 hayan muerto 111 niños porque no tenían alimentos sanos qué llevarse a la boca. La vida (y muerte) del quetzal de la zona 16 nos retrata de cuerpo entero como sociedad. Bienvenido 2018.
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