Quien me conoce sabe que, como piloto automovilista, disto mucho de ser émula de Juan Manuel Fangio.
No soy la mejor de las conductoras: manejo despacio, me distraigo con facilidad y he estado involucrada en más golpes y golpecitos de los que quisiera reconocer.
Sin embargo, cada vez que me subo al carro recuerdo una máxima que en mi familia se repite constantemente: en este país es obligación conducir a la defensiva. En otras palabras: prever que quien va delante o detrás frena sin avisar, no enciende el pide vías o se pasa el alto.
No es fácil manejar en Guatemala. Dejemos por un lado los cráteres en calles y carreteras que nos obligan a tener la vista puesta en el pavimento con mayor atención del que se requeriría en cualquier otro país.
Aquí es menester tener ojos hasta en el cuello porque, para desgracia nuestra, el reglamento de tránsito se quedó obsoleto desde hace años, las multas en vez de hacer escarmentar a quien viola lo establecido le causan risa al transgresor y las policías municipales de tránsito de todas las ciudades de la región metropolitana cuentan con menos personal del que realmente necesitan.
Todos estos elementos se conjugan para que lo que se enfrente, día a día, en calles, bulevares y avenidas, sea la ley de la jungla. ¿Se desplaza en la zona 1? Lo más seguro es que se percate de que dos carriles son, en realidad, uno. En el que van los vehículos que tienen que llegar del punto “a” al punto “b” y en el que se estacionan los carros que paran frente a la tienda, la panadería, la farmacia o la abarrotería para comprar algo o descargar mercancía.
Ni qué decir de que cada esquina es parada de bus, sin importar si hay rótulo o no.
A ciertas horas de la tarde, cuando el tránsito empieza a desbordarse, es habitual que calles de una vía se conviertan, como por arte de magia, de doble. Y, por tanto, el conductor debe observar de izquierda a derecha y de vuelta otra vez, para evitar chocarse con algún automóvil que salga de donde nunca debió haber surgido.
En estos casos, ayuda el que al menos los vehículos que se inventan carriles tengan sus luces encendidas. Porque este es el otro gran problema para quienes transitamos más de noche que de día: el toparnos con los carros invisibles, esos que ni una tenue luz tienen en las placas como para que adivinemos que “algo” se mueve frente a nosotros. O detrás.
En los últimos días tuve que lidiar con un camión de transporte que se quedó estacionado en el carril contrario en una doble vía y, sencillamente, no se movió (con el piloto cómodamente sentado frente al timón). Así, el resto nos la tuvimos que aguantar y darnos vía los unos a los otros para poder subir en una estrecha calle empinada. También con vecinos que usan la calle donde vivo de garaje de los carros que tienen a la venta. Porque, total, se puede. Y la multa es de carcajada.
¿Qué paz y armonía puede haber en las fiestas de fin de año si una se la pasa peleando en la jungla varias horas del día? Muy poca. Y la solución a este problema es cualquier cosa, menos compleja. Si todos obedeciéramos el obsoleto reglamento de tránsito, esta metrópoli sería mucho más tolerable. Se lo aseguro.
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