En medio de una crisis política que afecta a los tres poderes del Estado y justo cuando se cuestionan decisiones a nivel Ejecutivo, Legislativo y Judicial, los magistrados de la Corte Suprema dispusieron tirar la casa por la ventana.
Togados, togadas e invitados especiales sacaron las galas del ropero para vivir una recepción al mejor estilo del Festival de Cannes o de la entrega de los premios Oscar en Hollywood. Con toque tropical, claro. Porque para la toma de posesión del licenciado José Pineda Barales, el toldo y la alfombra roja que recibía a “los ilustres” estaba custodiada por cadetes de la Escuela Politécnica que les hacían valla mientras caminaban hacia la recepción en el Palacio de Justicia.
Lo único que faltaba para recrear con fidelidad el ambiente de un certamen de cine era un par de periodistas preguntando quién había diseñado el vestido de la licenciada “x” o quién había sido el estilista del doctor “y”. Esa noche del 13 de octubre temí toparme en los noticieros con una versión local de “Fashion Police”.
Desde siempre he sido crítica de que se celebre el cambio de mando en las entidades públicas, a menos de que se trate del relevo democrático que se hace cada cuatro años. En estos casos cabe cierta parafernalia y más de alguna ceremonia oficial. Total, los guatemaltecos han elegido a la persona que les representará y que supuestamente dará la cara por ellos durante 48 meses, y así se cierra un proceso político público en el que todos juegan un papel y tienen algo que decir por medio del sufragio.
Pero no comprendo el porqué de festejar que una comisión de postulación se decida por 13 nombres en el caso de la Corte Suprema de Justicia, o que distintas dependencias designen a 10 magistrados para integrar la Corte de Constitucionalidad. Quizá merezca la pena hacer una discreta ceremonia en el año uno de operaciones de ambas instituciones. Quizá. Pero nada más.
No obstante, repetir el convite año con año se me hace un exceso. Sobre todo porque, en el caso de la CSJ, el elegir a uno sobre otro es un mero trámite que no ha estado exento de desgaste en las últimas ocasiones y, en el de la CC, el único mérito del designado de turno es haber nacido primero.
Para la ceremonia de toma de posesión del licenciado Pineda Barales se compraron 103 cientos de boquitas saladas frías y calientes. Los comensales podían elegir entre aguas gaseosas, vino tinto y vino blanco. El servicio de “catering”, sin licor, ascendió a poco más de Q83 mil. En Guatecompras no aparece cuánto costó el alquiler del toldo ni de la alfombra roja, como tampoco el importe que se desembolsó en vinos. El caso es que los guatemaltecos pagamos ágapes similares dos veces al año. Sin razón, sin justificación. Hay otras maneras de celebrar a la justicia. Esta no es una de ellas.
Más de Beatriz Colmenares: