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Historias fronterizas: el futbolista, el enamorado y el jornalero

  • Por Fredy Hernández
19 de julio de 2019, 05:00
José tuvo que dejar las canchas debido a una lesión de tibia y peroné. Ahora trabaja como triciclero y camarero en el río Suchiate. (Foto: Jorge López/Nuestro Diario)

José tuvo que dejar las canchas debido a una lesión de tibia y peroné. Ahora trabaja como triciclero y camarero en el río Suchiate. (Foto: Jorge López/Nuestro Diario)

José López calentaba para ingresar a la cancha a disputar un partido contra el Deportivo Zacapa. Su entrenador le dio instrucciones. Por aquí y por allá. Minutos después su vida cambió: una lesión en la pierna derecha lo sacó del partido y de su carrera.

En sus ojos brillan las lágrimas de aquel recuerdo, que siempre narra a los migrantes que día a día utilizan su balsa para cruzar la frontera hacia México.

“Fueron cinco operaciones”, dice al tocarse la pierna mientras cuenta su historia y muestra las cicatrices que le quedaron luego de las intervenciones en la tibia y peroné.

Así transcurre su vida, a veces se sube a su balsa, a veces hace viaje en triciclo transportando productos o personas que van a Ciudad Hidalgo a hacer compras o que necesitan movilizarse más rápido y por eso utilizan el “punto rojo”.

Su sonrisa es contagiosa y su amabilidad genera confianza en quienes buscan movilizarse por el río Suchiate o hacia la parte comercial de Ciudad Hidalgo. Viste pantaloneta azul y una playera negra, mientras los demás balseros visten de rojo para identificarse como trabajadores del sector.

La conversación se corta cuando una señora aparece con carga y él le ofrece pasarla de México a Guatemala. Luego regresa y hace un viaje en triciclo en territorio mexicano ante la mirada de elementos de la Guardia Nacional y agentes de Migración, quienes ya los conocen y los dejan trabajar tranquilamente, o porque había cámaras en el lugar y querían mostrar un rostro amable.

El muchacho aún juega en sus tiempos libres, pero su sueño de brillar en la Liga Nacional no pudo cumplirse. (Foto: Fredy Hernández/Soy502)
El muchacho aún juega en sus tiempos libres, pero su sueño de brillar en la Liga Nacional no pudo cumplirse. (Foto: Fredy Hernández/Soy502)

“A aquel le gusta chamusquear. A veces le pagan en Ayutla para ir a jugar, no es mucho, pero algo saca extra. Es bien pilas, juega de volante y se mueve bien, pero cuando le recuerdan la lesión, se pone un poco triste”, agrega Juan Carlos Zúñiga, compañero de López en las balsas.

Amor prohibido

Juan Carlos Zúñiga es originario de Zunil, tiene 25 años, está casado y tiene hijos por eso tiene que trabajar duro para llevar el pan a la mesa de su hogar. Lleva 10 años laborando en el río Suchiate desde el 2009.

A los 13 años tuvo su primera experiencia como migrante, solo que fue hacia la ciudad de Guatemala. Ahí encontró trabajo en un restaurante de comida china, donde le pagaban el mínimo y le daban comida, aunque llegó el momento en el que se hartó del arroz blanco, pues era lo único que le daban los dueños del local ubicado cerca de la Sexta Avenida de la zona 1.

Por aquel tiempo, el propietario del restaurante tenía una hija de la misma edad que Juan Carlos, al parecer había química entre ellos, pero la barrera del idioma impedía que ambos se entendieran. Ella solo hablaba el idioma de sus padres, y él apenas si podía expresarse con señas. Así pasaron varios meses hasta que el entonces jovencito quiso demostrarle su amor a la muchacha.

Juan Carlos vive ahora en Ayutla donde ha formado una familia y ha trabajado durante 10 años de su vida. (Foto: Fredy Hernández/Soy502)
Juan Carlos vive ahora en Ayutla donde ha formado una familia y ha trabajado durante 10 años de su vida. (Foto: Fredy Hernández/Soy502)

Sin embargo, el padre de la jovencita intuyó que algo ocurría entre ellos y antes que sucediera algo más entre ellos, decidió echar al muchacho quien no tuvo más remedio que regresar a su pueblo natal.

“Desde entonces no puedo ver el arroz, me harté de tanto que nos daba ese señor”, expresa entre risas.

Cuando cumplió 15 años, Juan Carlos tomó la decisión de migrar nuevamente, solo que esta vez pensaba llegar a Estados Unidos. Junto con otros conocidos, emprendieron el viaje hacia Tecún Umán, ahí conocieron a 2 salvadoreños que se unieron a la travesía.

Mientras se decidían en cruzar el río Suchiate, Juan Carlos se percató que los camareros (balseros) hacían muchos viajes y entonces pensó que era una buena idea quedarse en la frontera y empezar a trabajar en esa actividad. Él y otro compañero lo decidieron así y desde hace 10 años ha sobrevivido de esta actividad transportando personas y mercadería entre ambas naciones que unen Centro con Norteamérica.

Antes de la crisis migratoria que explotó a finales del 2018, el traslado de mercancías y personas generaban ganancias aceptables para casi 2 mil camareros que cobran Q10 por traslado, prefieren ganar en quetzales para luego gastar en pesos ya que les favorece por el tipo de cambio.

“Ahora hay que esperar mucho tiempo para tomar un turno y hacer un viaje” agrega. El día que compartió con Soy502 su vida era el turno de los camareros guatemaltecos, al siguiente le tocaba a los mexicanos y así todos tienen oportunidad de ganar dinero.

En el norte le fue peor

“Échenme la mano, quiero regresar a mi casa”, fueron las primeras palabras que dijo don Carlos Lorenzo Chilel, un jornalero que a sus 41 años creyó que sería fácil encontrar trabajo en el campo en Tapachula. Su rostro mostraba desilusión, tristeza, cansancio, hambre y frustración.

El hombre había llegado apenas unos días atrás junto con su hermano, pues les habían contado que en ese lugar iban a encontrar trabajo en el campo, actividad que han realizado los hermanos Chilel Martín durante toda su vida. Cruzaron en balsa y se cruzaron con un agente de Migración que los dejó pasar al conocer su objetivo.

El hombre buscaba regresar a su casa, en su mirada se notaba la desilusión. Los días que estuvo en Tapachula pasó más penas que en su natal Pajapita. (Foto: Fredy Hernández/Soy502)
El hombre buscaba regresar a su casa, en su mirada se notaba la desilusión. Los días que estuvo en Tapachula pasó más penas que en su natal Pajapita. (Foto: Fredy Hernández/Soy502)

En una mochila apenas llevaban algunas pertenencias y habían dormido en una estación de buses donde les daban al menos techo, mientras continuaban la búsqueda de una oportunidad laboral en cualquier actividad y sin dinero pues lo poco que habían llevado no les alcanzó para mucho.

“Ya no queremos estar aquí, quiero regresar a mi casa con mi esposa, mis hijos y mi mamá. Antes trabajaba en una finca, pero nos despidieron. Regresaré y preguntaré si nos pueden contratar otra vez”, se resigna mientras decenas de migrantes observan la entrevista improvisada en una esquina cercana a la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado, donde centroamericanos, africanos, cubanos, haitianos y de otras nacionalidades esperan ser admitidos en territorio mexicano.

Su historia conmueve y no se puede ser indiferente ante una mirada tan profunda de sufrimiento y desesperanza. 100 pesos y 100 quetzales llegan a su mano de manera discreta, como una transacción ilegal al despedirnos de él. El hombre quiere mostrar su agradecimiento, pero sabe que cualquier muestra de agradecimiento atraería la atención de cientos de personas con las mismas necesidades que él en tierra ajena.

Promete ir por su hermano, tomar el primer bus hacia Ciudad Hidalgo, cruzar el río y volver hacia Pajapita. Su historia no está amenazada por la violencia o las extorsiones, pero la pobreza lo sume en una profunda crisis de la que muchas personas quieren escapar en Guatemala y el resto de Centroamérica.

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