Según estimaciones de la red Children of Prisoners Europe, unos 600 mil niños tienen un progenitor en prisión en la Unión Europea, estos son algunos de los testimonios de las personas que viven tras las rejas.
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El rostro de Shadene se ilumina. Su padre, encarcelado en una prisión en Marsella (sur de Francia) acaba de cruzar la puerta al otro extremo de una pieza oscura. La niña se levanta y toca con la punta de los dedos la mampara de plexiglás que los separa.
Pero su felicidad dura poco. Cuarenta y cinco minutos después, un guardia pone fin a la visita.
Kamel, de 40 años, le manda besos, pero mientras sube las escaleras hacia su celda, su sonrisa se desvanece. "Es demasiado corto, no tengo tiempo para disfrutar de ellos, para darles tiempo a cada uno de ellos", dice este hombre delgado, que lleva dos años en prisión tras ser condenado a ocho años por fraude.
Al otro lado, Shadene, de nueve años, que vino con dos de sus hermanos, está al borde de las lágrimas. "Me alegro de verle, pero no he podido hablarle de mi viaje de estudios. Veo que está cansado, que no está bien", dice la niña.
(El nombre de ambos, como el de todos los presos y niños citados en esta historia fue cambiado para proteger su identidad).
La Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Niños garantiza el derecho del niño a "mantener relaciones personales y contacto directo con ambos padres de forma regular".
También estipula que los Estados Partes en la Convención "prestarán la asistencia apropiada a los padres en el desempeño de sus funciones de crianza".
Según estimaciones de la red Children of Prisoners Europe, unos 600 mil niños tienen un progenitor en prisión en la Unión Europea.
En Francia, la cifra supera los 95 mil.
Mamá está en el hospital
Con el pelo recogido en una coleta y vestida con un chandal rosa pálido, Shadene tuvo que llegar una hora antes para poder ver a su padre.
"Llegar un minuto tarde es suficiente para que se cancele todo", dice su abuela, que la acompaña.
Luego tiene que esperar en una sala, repleta de otros visitantes, y ansiosa. La última vez su broche en el pelo hizo saltar los detectores de metales de seguridad.
Para los niños, este régimen de visitas crea sentimientos de "inseguridad", según la abogada Marie Douris, que ha estudiado la paternidad en la cárcel.
"Los adultos hablan del caso (por el que el detenido está en la cárcel), de las preocupaciones en casa, eso deja muy poco tiempo para el niño", explica.
Estos obstáculos hacen que la relación "pierda fuerza con el tiempo, cada uno detrás de un muro invisible".
Y este "muro", añade, sólo se hace más grande cuando los detenidos y sus hijos intentan constantemente "proteger al otro" ocultando cosas como la depresión, los problemas en la escuela, una pelea con otro recluso, o incluso el propio encarcelamiento.
Durante casi dos años, Magali, de 36 años, ocultó la verdad a su hija pequeña, Emma, por miedo al impacto que tendría en ella escuchar que su madre llevaba cuatro años encerrada.
"Le hacía creer que estaba en el hospital", cuenta esta mujer de rostro sereno y ovalado que creció con un padre que entraba y salía habitualmente de la cárcel.
Muros Invisibles
La familia es fundamental para que un preso pueda pensar en el futuro, dice el director de la prisión des Baumettes, Yves Feuillerat.
Kamel, por ejemplo, aprendió a escribir en prisión para poder escribir cartas a sus hijos, pero también "para que estén orgullosos" de él.
En Reino Unido, donde hay más niños con un preso en la familia que con padres divorciados, las autoridades han tomado conciencia de ello.
En Italia, según un informe de la ONU, se permite a las madres "cumplir parte de su condena en casa, siempre que tengan hijos menores de 10 años".
Francia, en cambio, ha sido criticada por obstaculizar el derecho de visita y ha sido condenada en varias ocasiones por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por las condiciones de detención de los reos.