Hace varios meses en las redes sociales surgieron distintos apodos para tratar de señalar perfiles de puntos de vista distintos y antagónicos. En ambos casos la categorización está basada en puros prejuicios y en algunas tendencias, así:
Los chairos, dicen unos, son de pensamiento de izquierda, defensores del socialismo, amigos de la Cicig. Dependiendo de quién lo diga, también son conspiradores, acarreados y manipulados por la cooperación internacional, el especulador financiero George Soros, etcétera.
Los miguatecos, dicen otros, nacen del sarcasmo ante el término “¡Mi Guate!” usado con alguna frecuencia en mensajes positivos, nacionalistas, simplones y en muchos casos en defensa del gobierno de Jimmy Morales. Suelen ser de moral conservadora, etcétera.
Es evidente que dividir la discusión de la realidad nacional en estas dos categorías, o en cualquier otra basada en apodos y prejuicios, es un ejercicio inútil e innecesario, aunque sí que es un fenómeno revelador.
Personalmente he sido etiquetado como chairo y he usado en más de una ocasión el miguatismo como concepto para hacer chistes, es decir, estaría en la primer categoría, y desde esta forma de verlo pienso que lo que revela esta falsa dicotomía entre chairos y miguatecos es la ausencia de autocrítica.
Pongamos un parámetro: el 2015. Las manifestaciones de la plaza lograron unificar ciudadanos y puntos de vista bastante disímiles. En aquel momento los impuestos de la clase media –eso que solemos llamar “nuestro dinero”- era lo que estaba en juego a nivel de robo descarado versus indignación incontenible y eso “permitió” unificarnos ahí.
Tres años después tenemos un conflicto respecto a cómo participar en la lucha contra la corrupción –y la mediocridad de la función pública, que insisto, es la otra pata del mismo mal-, y de ahí surge la tensión y los bandos con sus bolsas de orines para tirar.
Pienso que la discusión no se trata de que estemos todos de acuerdo: eso no va a pasar. A lo mejor las preguntas deben de ser para quienes compartimos visiones, no el cuestionamiento descarnado contra quien piensa distinto, sino la autocrítica seria e incómoda para lo que pensás vos y tus cercanos.
Cuestionar y actuar son dos cosas distintas y complementarias. Es una falacia chambona usar el “y vos qué has hecho” como respuesta, pero también es chambonería no saber plantearnos la pregunta.
La existencia de la diferencia es no solo natural sino absolutamente necesaria, digamos hay que celebrar que pensemos distinto, pero para llegar a esa fiesta primero hay que hacer la tarea: pensar.
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