La última semana del año, esa que empieza después de Navidad y finaliza el primer día laboral de enero, es siempre muy particular en Guatemala.
El tráfico se reduce al mínimo. La actividad comercial, también. Algunos se toman un descanso para aprovechar lo que resta de las vacaciones escolares. O salen a visitar a la familia que vive lejos. Y, por supuesto, es el momento en que muchos pasan revista a lo que hicieron (o dejaron de hacer) en las 51 semanas anteriores. ¿Leyeron los libros planificados? ¿Bajaron las libras que querían? ¿Subieron aquel volcán? ¿Terminaron la tesis?
Siempre cae bien detenerse un momento y evaluar los logros alcanzados. O apreciar, en su justa dimensión, los fracasos. De éstos, al final, es de los que se más aprende. Así que quisiera pensar que el 2018 será mucho mejor para Guatemala, dada la enorme cantidad de errores estratégicos, reveses diplomáticos y descalabros generalizados que este país experimentó en los pasados 12 meses.
Sí, soy optimista. Quiero creer que los actores relevantes encargados de conducir los destinos de esta nación sacaron el 26 de diciembre sus cuadernos amarillos de rayas y empezaron a escribir lo bueno y lo malo hecho en 2017. Con honestidad y seriedad. Con profundo sentido de autocrítica. Con el afán de enmendar la plana. Y que de esta reflexión deriven acciones concretas.
El Congreso, por ejemplo, podría darnos un digno regalo de Reyes: Una planilla de consenso para integrar la Junta Directiva, sin presencia de los que se aliaron en el #PactodeCorruptos, acompañada de una agenda clara, plazos establecidos para discutir y/o aprobar leyes y el firme propósito de enmienda de no perder líneas de crédito o préstamos porque jamás hubo acuerdos de altura para llevarlos al pleno. Y así, empezar a congraciarse con una población que le da índices de popularidad por debajo del sótano.
El presidente Jimmy Morales, por su parte, puede sorprender a propios y extraños empezando a explicar, con claridad y franqueza, el porqué de algunas de las decisiones que adopta. Eliminar, en 2018, esto de enviar mensajitos por Facebook al amparo de la madrugada de un domingo o el 24 de diciembre por la tarde. Nada mejor que explicar los pros y contras. Podría ahorrarse reacciones agresivas. O que el país haga ridículos a nivel planetario.
Las cortes (ambas) están en plena capacidad de engavetar los bonos a los que les dan el apellido que más les convenga en su momento (“productividad” “revolucionario” o “navideño”). Y pueden acelerar resoluciones que parecieran estar esperando la llegada de las trompetas del Juicio Final. Aunque tenemos claro que las cuestiones judiciales son procesos con plazos definidos, también sabemos que la corrupción reina de arriba para abajo pasando por todas partes y que la voluntad política para transformar al sistema que todo lo atrasa se luce por su ausencia.
Yo no olvido al año viejo. Dejó, como todos, más de alguna cosa buena. Pero los sinsabores superaron a los éxitos. Y el sabor de la derrota, al del triunfo. Y no hablo de la selección, que conste. En fútbol, como es usual, no clasificamos. Y aunque lo hubiéramos hecho ahí también ganó la corrupción.
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