Cuando los ves, de reojo, en el retrovisor del carro, sabes lo que va suceder y en dos segundos pones en marcha una secuencia de movimientos para los cuales has sido bien entrenado.
Son dos motoristas y te tienen rodeado, uno a cada lado del carro. Saben que tienes un celular porque te vieron texteando así que es inútil esconderlo.
Cuando suena el golpe del arma en el vidrio ya tienes desenfundada la pistola. Bajas el vidrio y en los escasos segundos que te toma apuntar y disparar ves la sorpresa en el rostro del hombre. Jamás imaginó que la víctima que había elegido ese día era un experto en defensa personal, un hombre que jamás le había disparado a alguien pero estaba entrenado para hacerlo. El primer asaltante se desploma y cae de la moto.
El shock que le causa al segundo asaltante ver a su cómplice tirado en el asfalto ralentiza sus movimientos y te da a tí segundos valiosos para actuar. Bajas el vidrio izquierdo y con agilidad y precisión apuntas a la cabeza y disparas. El segundo asaltante se desploma y pisas el acelerador.
Llegas a tu casa y recoges los casquillos que quedaron en el interior del carro.
Horas después, te enteraras de que en esa transitada avenida de la Ciudad de Guatemala, no hay cámaras de seguridad. Afortunadamente para tí, nadie te siguió.
Solo, en tu casa, comienza la pesadilla. Tu mente se convierte como un lector de películas que automáticamente presiona rewind y luego play: los ves en el retrovisor, escuchas el golpe en el vidrio, bajas el vidrio, apuntas y disparas. Rewind. Play. Rewind. Play.
Sabes que fue defensa propia, tu vida o la de ellos, y que tú ni siquiera lo planificaste, solo hiciste lo que estás entrenado para hacer. Y si la gente llegara a enterarse pedirían que se te condecore con una medalla al mérito porque eran asaltantes.
Pero eran hombres de carne y hueso, igual que tú, hombres que quizás tenían madre, hermanos, esposas e hijos y eso ahora te tiene atrapado en esa película que se repite en tu mente y te roba el sueño. Rewind. Play. Rewind. Play.
En un intento de presionar Stop y detener esa escena que no para de repetirse, recurres al alcohol. A veces funciona, pero en cuanto despiertas de la cruda comienza de nuevo la misma secuencia. Rewind. Play. Rewind. Play.
Escuchar tu historia, cuando me la cuentas en el bar, me produce un vahído. Llego a mi casa y ahora es mi mente la que reproduce la escena. Rewind. Play. El golpe en el vidrio, el disparo, el cuerpo inerte del ladrón sobre el asfalto.
Y de mis ojos brotan las lágrimas que quizás no pudiste derramar, solo, en tu casa, porque siempre te han dicho que los hombres no lloran. Lloro porque eres mi amigo y sé que no eres un homicida.
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