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Los pigmeos vuelven al bosque para aislarse ante el coronavirus

  • Por AFP
07 de junio de 2020, 11:10
La comunidad vive de una manera casi primitiva en la República Centroafricana. (Foto: Archivo/AFP)

La comunidad vive de una manera casi primitiva en la República Centroafricana. (Foto: Archivo/AFP)

Dzanga-Sangha, en el suroeste de la República Centroafricana, podría ser una bendición para los pigmeos. "¡Los espíritus del bosque nos protegen!", dice Marc, sorprendido de que el visitante se niegue a darle un apretón de manos, potencialmente contagioso en tiempos de coronavirus.

¿Y en quién confiar, si no en los espíritus, en un país sin casi infraestructuras sanitarias, cuando la inmensa mayoría de los pigmeos son demasiado pobres para consultar a un médico?

Por el momento, el virus aún no ha llegado a la reserva protegida de Dzanga-Sangha, un santuario conectado con el resto del mundo por un sendero estrecho intransitable, bajo fuertes lluvias. Este aislamiento es, ahora, la mejor defensa para los pigmeos bayaka, marginados en uno de los países más pobres del mundo.

La epidemia se propaga en la República Centroafricana, con más de mil casos detectados oficialmente y cuatro muertes, pero los bayaka de Dzanga-Sangha pasarán el confinamiento en el bosque para evitar el contagio.

"Se les pidió que se fueran a vivir a sus campamentos de caza durante tres meses", explica Luis Arranz, gerente del parque nacional para el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). "Cada semana, les dejamos la yuca, los medicamentos. Tienen que permanecer aislados. Es nuestra única solución", añade Arranz.

El modo de vida de estas poblaciones seminómadas, potencialmente vulnerables a enfermedades desconocidas en estas zonas, hace temer lo peor en caso de contagio.

"La gente sigue compartiendo cigarrillos, el café y una choza para cinco o diez personas", afirma Yvon Martial Amolet, representante de la ONG, Casa de los Niños y de las Mujeres Pigmeos, con sede en Bayanga, la principal localidad de la zona.

Según este abogado, la esperanza de vida de los pigmeos bayaka es de unos 35 años para los hombres y de 38 para las mujeres.

 

"La tasa de mortalidad infantil es muy alta entre los bayaka. Los que sobreviven puede que sean más resistentes a un virus, pero no tenemos datos sobre una posible vulnerabilidad o inmunidad natural a las enfermedades importadas", afirma la doctora Emilia Bylicka, que ha pasado cuatro años tratando a pigmeos en el suroeste.

"El problema es que abandonan muy pronto los tratamientos. Es imposible conseguir que tomen un medicamento más de unos días", asegura.

"Los pigmeos confían en los remedios tradicionales", recuerda Yvon Amolet. "Al principio decían que el coronavirus era una enfermedad de los blancos. Luego dijeron que la enfermedad había venido para castigar a los bilo", manifestó.

Los "bilo", en lengua bayaka, son las poblaciones bantúes que viven junto a los pigmeos y los explotan, como si fueran esclavos modernos.

En los pueblos de los alrededores de Bayanga, las casas de tierra que bordean la carretera pertenecen a los bilo.

Los pigmeos ocupan pequeñas chozas de ramas en los patios traseros de las personas para quienes trabajan. Porque el bosque ya no basta para garantizar la subsistencia de los bayaka.

"Los bilo dan un poco de sal o un cigarrillo, por un día de trabajo en el campo o en el monte", afirma Didier, un jefe bayaka que, como Marc, prefiere no dar su verdadero nombre.

La violencia y las agresiones sexuales son frecuentes. "¡Cualquier bayaka tiene estos problemas!", lamenta otro.

Algunos "bilo" no han dudado en difundir rumores para evitar que se fueran sus empleados. "Dijeron a los bayaka que si los llevaban al bosque, los matarían", dice Yvon Amolet. "Son personas que viven a expensas de las comunidades pigmeas, y si se aleja a estas últimas, resulta difícil para ellos".

Gendarmes, subprefecto, alcalde, pastores, todos han tenido que intervenir para convencer a los pigmeos de que se refugien lejos de las aglomeraciones.

"Una vez en el bosque, los pigmeos seguirán vendiendo sus productos, pero con un relevo comunitario para evitar el contacto directo. La idea es que no vengan al mercado", detalla Yvon Amolet.

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