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La historia de cómo surgió la Mara Salvatrucha en Guatemala

  • Con información de Insight Crime
08 de febrero de 2022, 10:37
Muchos de sus integrantes surgieron de barrios precarios, sin oportunidades sociales. (Foto: El Faro)

Muchos de sus integrantes surgieron de barrios precarios, sin oportunidades sociales. (Foto: El Faro)

Esta es la historia, desde los inicios, la evolución y la actualidad, de una de las pandillas más temidas en Guatemala y que ha provocado brutales masacres.

JUSTICIA: EE.UU. acusa de terrorismo a un miembro de la pandilla MS-13

Un trabajo elaborado por Juan Martínez D’Aubuisson para Insight Crime narra cómo fue el encuentro con varios de los integrantes de la MS13 en Guatemala y que muestra el lado más profundo de us integrantes.

Dentro de sus entrevistas, el periodista conversó con Caballo Loco dentro de una de las comunidades dominadas por pandilleros, pero que al parecer ya no pertenecen a una estructura formal de la MS13.

“Caballo Loco, el MS más veterano de este lugar, me lleva por los callejones y me señala con el dedo a los pandilleros, sus grafitis y sus guaridas. A él lo protegen las reglas del barrio bajo, esas reglas que ponen a los bandidos veteranos en una posición casi divina.

El viejo pandillero me cuenta la historia sangrienta de cada una de sus esquinas y explica, con gran paciencia, la lógica que permite que en decenas de barrios de la capital guatemalteca se pueda ser pandillero sin pertenecer a la MS13”, destaca uno de los primeros relatos.

Esta es una fotografía que el periodista pudo obtener de cómo lucía en sus inicios la MS13 en el Cerrito del Carmen. (Foto: Juan Martínez D’Aubuisson)
Esta es una fotografía que el periodista pudo obtener de cómo lucía en sus inicios la MS13 en el Cerrito del Carmen. (Foto: Juan Martínez D’Aubuisson)

Posteriormente, el comunicador se entrevista con “El Amable”, quien ha dejado la apariencia de los pantalones holgados y los tenis por ropa de sastre y su camisa de botones, pero debajo de ella se esconden las letras MS.

Amable fue MS. Aún lo es. Aún lleva las letras y, aunque no esté vinculado con ninguna estructura, dice que todavía lleva al barrio en el corazón. Dice aún sentirse parte de esa estructura que fue su familia durante tanto, tanto tiempo. Su historia se remonta a la década de 1980.

“Tenía pocos meses de nacido cuando le dio su primera crisis respiratoria. Fueron cuatro años en los cuales Amable salía de un broncoespasmo y lo postraba una crisis asmática. La superaba. Pero entonces caía en las garras de la neumonía. Sus pulmones eran disputados por cuanto padecimiento respiratorio existe.

Su madre, abrumada por los padecimientos de su hijo, que cada vez se iban volviendo más frecuentes y agresivos, decidió escapar de la capital guatemalteca. Se mudaron a El Salvador, a la ciudad de Sonsonate. Pensó que ahí, en el calor y humedad de la costa, los pulmones de su hijo encontrarían sosiego. Acertó. Pero entonces llegó la pobreza.

Hasta que un día de principios de los noventa su madre enfermó. Una apendicitis ignorada por los médicos del hospital público se convirtió en peritonitis y la mujer quedó postrada en cama durante meses.

Amable tuvo que armar los muñecos solo. Pero no eran tan bonitos como los que hacía su madre, así que casi nadie los compraba. Con el tiempo, y con el hambre metida en casa a todas horas, Amable aprendió el arte de robar comida de las fiestas de quinceañeras y las bodas en Sonsonate, y a engañar a los cajeros del supermercado para llevarse la compra sin pagar. En esas andanzas conoció a la MS13.

“El primer vato que me tiró la garra fue el hermano de un amigo: ‘La Mara Salvatrucha’, me gritó. ‘La Mara Salvatrucha’, le respondí yo también sin saber mucho que significaba. Desde ese momento ya no me les despegué”, dice el Amable.

Para 1994, la vida con la MS13 de Sonsonate ya era violenta, pero aún era divertida. El conflicto político y militar salvadoreño recién terminaba y los pandilleros deportados de California reclutaban sin control a los niños y adolescentes pobres de los barrios de la ciudad.

La vida era bailar, drogarse, robar, conquistar muchachas y, si algún Barrio 18, la pandilla rival de la MS13, se cruzaba en su camino, pelear con bates y cadenas en una guerra con olor a juego.

Pero esto no duró mucho. Las balas empezaron a tronar y la sangre comenzó a fluir. Se fundaron las primeras clicas salvadoreñas de la MS13 y con esto vinieron los conflictos y las conjuras. Así ya no funcionaba para Amable. Para él, la MS13 tenía que ver más con las fiestas que con los funerales. Se regresó solo a una Guatemala que no había olvidado pero que no tuvo tiempo de conocer.

Esta es la casa en la que se reunía los primeros integrantes de la MS13 de la ciudad.
Esta es la casa en la que se reunía los primeros integrantes de la MS13 de la ciudad.

Yin Yang

En Guatemala, en la década de los noventa, las pandillas de origen californiano se adaptaron al gueto de Centroamérica y reclutaban casi a cualquiera que deseara estar dentro. Así lo cuenta Amable y una larga lista de pandilleros veteranos que prefieren esconderse en anonimato.

“Los noventa fueron los tiempos de oro de las pandillas”, dice Amable.

La pandilla era la familia elegida, una familia disfuncional, sin padre o madre, pero con cientos de hermanos. Los pocos deportados que llegaron les enseñaban sobre ropa, palabras encriptadas y marcas de zapatos. Les decían qué palabras podían usar y qué colores eran los correctos, pero poco les dijeron de violencia. No era tan importante.

La MS13 y el b estaban amparados en una vieja tregua entre pandillas, nacida allá, en Los Ángeles, California. Una tregua en donde las pandillas conviven, se comunican, se alían contra enemigos comunes y pelean, pero con honor. “One on One” (cara a cara), machete contra bate, cuchillo contra cadena.

A este pacto callejero se le conoce como “El Sur”. Y El Sur era, en los noventa, la ley de las calles de la capital guatemalteca y sus alrededores urbanos.

En 1995, después de un viaje más o menos azaroso desde Sonsonate, en la costa salvadoreña, hasta la capital guatemalteca, Amable vagó por las calles de la ciudad buscando a su familia: La MS13.

Encontró algún grafiti, escuchó algún rumor, pero pasaron los meses y seguía estando solo. Consiguió comida como pudo, robó alguna prenda y pidió en algún semáforo. Su familia no aparecía por ningún lado.

Un sábado, su andar errático por la ciudad lo condujo a una fiesta callejera cerca del Cerrito del Carmen. Ese sábado se celebraría una fiesta en honor a la Virgen María. La gente bailaba cumbias y bebían licor barato en su honor. Entre los tragos, unos muchachos le hablaron a Amable sobre un callejón donde solían reunirse pandilleros y Amable no dudó.

“Yo estaba loco por la garra. Yo solo pensaba en la MS, en la MS. Ya la andaba en el corazón”, cuenta Amable, mientras come pizza, en un negocio pequeño en el centro histórico de Ciudad de Guatemala.

En ese callejón le gritaron “La 18 hijo de puta” y Amable, como dicta la norma de la calle, no negó su pandilla: “La Mara Salvatrucha, panochos hijos de puta”, respondió. Desde que llegó a Guatemala, esta sería su primera oportunidad, quizá también la última, de defender esa pandilla tan enquistada en su corazón de adolescente.

Pero en vez de cuchilladas y batazos le dieron abrazos y palmadas. Eran miembros de la MS13 y aquello era una trampa para dieciocheros y una prueba para MS. Una que Amable superó con creces. Desde ese día ya no estuvo solo ni vagó como animal errante por las calles de Ciudad de Guatemala. Había encontrado a su familia.

El grupo de Amable no hacía mayor cosa y la MS13 era poco más que un rumor en el barrio bajo de la ciudad.

Para algunos, al inicio solo se trataba de asistir a fiestas, donde la violencia no tenía espacio. (Foto: Juan Martínez D’Aubuisson)
Para algunos, al inicio solo se trataba de asistir a fiestas, donde la violencia no tenía espacio. (Foto: Juan Martínez D’Aubuisson)

Vivían en la casa del Yin Yang, un edificio abandonado frente al Cerrito del Carmen. En la entrada del edificio estaba grabado, en cemento, el Yin Yang, ese símbolo oriental que representa la dualidad.

Ahí, estos primeros pandilleros montaban fiestas, invitaban a muchachas, se drogaban hasta perder la conciencia. Los episodios de sangre eran escasos.

Amable apenas logra recordar dos: la vez que Casco, un hondureño que llegó a Guatemala buscando aventuras, se voló la cabeza jugando ruleta rusa. La segunda fue cuando Security, de la misma pandilla, meses después, se voló la cabeza jugando exactamente lo mismo, con la misma pistola, en la misma casa.

La descomposición

En 1996, en que Amable y decenas de muchachos del Cerrito del Carmen jugaban a ser gánsters, sin mayores consecuencias, entró al reformatorio para varones de San José Pinula, un muchacho arisco que parecía estar molesto todo el tiempo con todo el mundo. Se llamaba David Ixcol.

El muchacho venía de uno de los guetos más bravos de la extensión urbana que rodea la capital guatemalteca: Ciudad del Sol, en Villa Nueva.

David Ixcol pertenecía a una de las primeras clicas de la MS13 en el país, la Coronados Locos Salvatrucha. Llegaba al reformatorio justo después de haber destronado a Huevo Loco, el antiguo líder de la clica.

Huevo Loco no era alguien fácil de derrotar. Era violento y agresivo, portaba con orgullo la cicatriz de un balazo en su rostro. Y Ciudad del Sol no era lugar para débiles.

Ese pacto, El Sur, que llevaba Amable en otras partes de la ciudad, ahí no tenía mucho sentido. Ahí estaba la banda de asaltantes y contrabandistas conocidos como “CDS” y otras pandillas más antiguas conocidas como Breikeros, por su afición al break dance y la cultura hip hop.

David Ixcol se presentó aquel día de 1996 como El Soldado de Coronados. A los pocos días de haber entrado al reformatorio fabricó un cuchillo, esperó que anocheciera, tomó del cuello al Strong, un pandillero de Barrio 18 que dormía en su catre, amparado por el pacto de no agresión entre pandillas, y le trazó una X en todo el pecho, tachando completamente el número 18 que llevaba tatuado.

Los demás líderes de diferentes pandillas, asustados por la ocurrencia del muchacho de Ciudad de Sol, hicieron una reunión, pues se corría el riesgo de que aquel pacto, tan bien apreciado por los pandilleros, se destrozara.

Soldado se defendió diciendo que, si la víctima hubiese sido un verdadero pandillero, uno de corazón, no hubiese permitido tal vejación. Y que en todo caso no estaba ahí para dar explicaciones a gente que prefiere una reunión a una pelea.

Ese día, aunque nadie quiso entenderlo, el Soldado de Coronado rompió El Sur. Esta vez pudieron ignorarlo y seguir con la vida en modo fiesta pandillera, pero años después no tendrían más remedio que aceptarlo, y de una forma muy jodida.

Soldado cumplió una condena corta esa vez. Pero en 1997, volvió a entrar al reformatorio. En esta ocasión no solo traía una acusación más grave, sino que venía acompañado de un puñado de los MS que al sol de hoy timonean la pandilla. El Brown, El Mamut, El Psico y el más joven de todos: Célbin.

Soldado y compañía pidieron ser trasladados a un reformatorio más grande, conocido como Gaviotas. Ahí estaban mezclados menores y mayores de edad y se había formado un núcleo más o menos numeroso de MS. El director los envió con gusto, los envió a todos menos a Célbin.

Otros pandilleros que estuvieron ahí, pero que pidieron no ser identificados en este texto, contaron sobre el berrinche que hizo Célbin cuando los funcionarios le dijeron que no podían enviarlo con los demás porque estaba muy pequeño, y corría un enorme riesgo de ser maltratado de todas las formas que un reo puede serlo.

Soldado y compañía se fueron, y en poco tiempo se volvieron líderes de todos los pandilleros de Gaviotas. Soldado se hizo un nombre, y los demás pandilleros, sin importar mucho a qué pandilla hubiesen jurado su lealtad, lo seguían. La MS13, una pandilla tan dispersa y tan poco sólida, no tardó en llamarle líder.

Célbin, el muchacho gruñón y mal encarado, se había hecho también a un pequeño reino en el sistema de reformatorios para menores. Pero, al igual que su mentor, nunca terminó de verle los beneficios a El Sur. En últimas, era una muralla que le impedía llegar hasta donde sus enemigos. Y estos eran todos aquellos pandilleros que defendieran un símbolo distinto al suyo.

El Sur era una carga para Célbin y pronto se la sacudiría, pero antes usaría ese peso a su favor.

Surge un líder

Las pandillas, en sus ritos de paso, para nombrar a los novatos y ayudarles a empezar así su nueva vida como pandilleros, suelen tomar aquello que solía avergonzarlos y volverlo algo cool. Si eres desproporcionado de rostro, serás El Engendro; sí eres muy tímido y casi no hablas, serás El Serio; si tuviste problemas de crecimiento, serás El Chuky.

Célbin, aquel niño que lloró al ser separado de Soldado de Coronado y los demás pandilleros de Ciudad del Sol, creció en la calle, así que su nombre se convirtió en El Vago, de la clica de Coronados Locos Salvatrucha.

Soldado de Coronado, el pandillero arisco que trazó una cruz con su cuchillo en el tatuaje de un joven dieciochero en el reformatorio, se retiró de la pandilla a finales de los noventa.

Fue un líder efímero, una llamarada violenta, pero corta. En cambio, El Vago no. Se volvió un líder no solo para MS, sino para todos los pandilleros presos en el Centro de Detención de Pavoncito. Él organizó las reuniones secretas por las noches, y coordinó con pandilleros en las calles para lograr introducir un pequeño arsenal.

El Vago organizó un levantamiento carcelario el 23 de diciembre de 2002. Junto a un ejército de pandilleros, se lanzó contra los amos de Pavoncito, que, en su mayoría, eran criminales de larga trayectoria, con algún vínculo con las élites militares de Guatemala y con acceso a armas de fuego dentro del penal.

Desde los primeros días de los noventa hasta ese diciembre de 2002, los pandilleros habían sido los parias y los plebeyos del sistema carcelario. Una década de soportar violaciones, torturas, golpizas y robos son suficiente motor para organizar una rebelión. Una década en los penales guatemaltecos crio varias venganzas.

Hasta en la sociedad de los bandidos hay castas, y los pandilleros pertenecían a una especie de grupo criminal. Estaban fuera de la ley y cometían delitos, pero esos delitos no generaban ganancias, no los hacían hombres más ricos o más poderosos.

Únicamente les hacían crecer en su propio microsistema. Además, eran conflictivos, bulliciosos y rebeldes. Con esa lógica de fondo, los pandilleros padecieron vejaciones bajo el yugo de esos capos carcelarios antes de la rebelión del 2002.

Los motines han dejado a varias personas fallecidas como consecuencia de las revueltas.
Los motines han dejado a varias personas fallecidas como consecuencia de las revueltas.

La rebelión de ese diciembre de 2002 duró 24 horas. Catorce cuerpos de los capos y sus secuaces quedaron destrozados por las balas o los machetes de los pandilleros.

El Vago, además de liderar aquel levantamiento, cortó con un machete la cabeza de Julio César Beteta, el capo más importante de la cárcel de Pavoncito y primo de un reconocido militar. La tomó por el cabello y la exhibió frente a las cámaras de decenas de periodistas que se habían apostado afuera del recinto. Una de las personas que estuvo ahí, y que pidió no ser identificada, cuenta que El Vago pasó al menos una hora con la cabeza en sus manos.

Desde ese momento, El Vago se cambió su nombre; decidió morir como El Vago y nacer como Diabólico. Para ese entonces, era un líder respetado dentro de la MS13, pero a partir de ese día de diciembre de 2002, hasta el momento en que se escribe este texto, ha sido quien timonea ese barco.

Se rompe El Sur

El 15 de agosto de 2005, la MS13 rompió El Sur. Sucedió en el penal de Escuintla, donde decenas de MS atacaron a balazos y machete a los 18.

Los atacaron por sorpresa, a traición. El ejército de pandilleros, de diferente denominación que se unificó para terminar con el imperio de los capos tres años atrás, fue disuelto a balazos por la Mara Salvatrucha 13.

Como era de esperarse, el ataque fue organizado y dirigido por Diabólico.

Al motín de Escuintla le siguieron tres más en otros penales.

Los reformatorios para menores también vieron correr sangre; en su mayoría, sangre dieciochera. El virus de la guerra se metió en las pandillas de Guatemala desde aquel día noventero en que un muchacho de Ciudad del Sol cruzó, con su cuchillo hechizo, el pecho tatuado de un muchacho Barrio 18.

Esa vez los pandilleros sureños decidieron ignorarlo y seguir con su juego serio, con la fiesta pandillera, con el código de honor callejero. Esta vez no pudieron.

El Sur estaba muerto y con él toda una forma de vivir el barrio bajo.

Después de muerto El Sur, la MS13, bajo el mando de Diabólico de Coronados, optó por reducirse. O, en todo caso, por no crecer más. La pandilla cerró sus filas. Dejó de incorporar a más muchachos a sus líneas y dejó ir a quien quisiera. Entre estos desertores estaba Amable.

Se retiró de la pandilla cuando esta dejó de ser divertida. En una de las ocasiones en que estuvo preso, la gente de Diabólico le organizó un juicio.

Entre otras cosas, le recriminaron haber tenido una buena relación con algunos líderes dieciocheros en el pasado. Amable se defendió diciendo que en esos años la norma era El Sur, y que él siempre había sido un fiel observador de las reglas sureñas.

Lo trataron de cobarde y lo amenazaron con matarlo. Hasta ahí llegó la pandilla para Amable. Como dijimos antes, para este pandillero la MS13 tenía que ver más con fiestas que con funerales. Sobre todo, si el funeral que se avecinaba era el suyo.

La era de las pandillas fiesteras pasó, se terminó ese agosto de 2005. Fue una forma de vida que funcionó para muchos niños y adolescentes guatemaltecos que quedaron sobrando del conflicto armado, que llegaron a Ciudad de Guatemala huyendo de la guerra y la pobreza y se vieron de pronto perdidos en un lugar extraño, muchos de ellos sin familia.

Esa era, cuando las pandillas eran un refugio violento para los desechos sociales, duró menos de diez años. Luego llegó el dinero.

El núcleo

“La MS13 es una estructura mucho más pequeña que Barrio 18. Pero mucho más organizada. Ellos son más astutos. Ellos tratan ya de no aparecer flojos, de no parecer pandilleros. Ellos tienen gente estudiando leyes, administración de empresas. Son una mafia”, asegura un expolicía, que pasó la última media década persiguiendo, o tratando de hacerlo, a la MS13.

Habla de esta pandilla, a la que acosó como un sabueso, con cierta admiración en una tarde de mayo de 2021.

“Ellos no son como la 18, ellos tienen un consejo de nueve personas. Todos están presos. Y dividen su territorio en tres sectores: Trébol, zona 1 y zona de villas.

En cada sector hay hasta ocho clicas; todas le reportan a un encargado de zona, y este les reporta a los nueve que están en prisión. El líder de esos nueve es un pandillero de Ciudad del Sol, Jorge Yahír de León Hernández. Él es el líder desde hace más de una década”.

Jorge Yahír es el verdadero nombre de Célbin, que luego fue El Vago y luego se convirtió en Diabólico. El hombre que cambió el rumbo de las pandillas guatemaltecas.

El Diabólico en una entrevista para El País. (Foto: Edwin Bercián/El País)
El Diabólico en una entrevista para El País. (Foto: Edwin Bercián/El País)

El expolicía cuenta que durante varios años la MS13 fue una especie de enigma para las autoridades. Cuando creían haber encontrado un hilo de investigación, el fiscal del caso era asesinado, o cuando creían haber conseguido un testigo dentro de la estructura, este desaparecía sin dejar rastro. Pasaban meses sin saber de ellos y sin tener capturas y, de pronto, de forma repentina, la pandilla volvía a hacer su epifanía en la ciudad.

“En mi opinión, la forma de extorsionar de ellos es diferente a la de la 18, mucho más parecida a las mafias. Aquellos (los dieciocheros) solo van y te piden el dinero y dicen que, si no pagas, te matan. Estos (MS) venden algo así como protección. Vaya, un ejemplo de eso me tocó investigarlo a mí. El caso de los chicleros de la ruta a Chimaltenango”, dice el expolicía.

En julio de 2017, los transportistas de una de las rutas que van desde el centro de la ciudad hasta Chimaltenango, se quejaron con la MS13.

Dijeron que ellos pagaban a tiempo la cuantiosa extorsión que la pandilla exigía. Pero la ruta seguía siendo objetivo de otros bandidos, de malhechores de poca monta que, con el pretexto de vender golosinas o cigarros, se subían a los buses y asaltaban a los pasajeros.

Esto ponía en entredicho el poder de la MS13 y, sobre todo, la capacidad de control que tenían sobre la ruta. Si no podían controlar a unos simples muchachos ladrones de monedas, ¿qué sentido tenía seguirles pagando?

Al menos 13 de esos muchachos murieron entre julio y agosto de 2017. En este caso, la técnica de raptarlos y enterrarlos en un monte lejano no aplicaba. En este caso se trataba de una demostración de poder de la MS13.

Entonces, cuatro de esos muchachos fueron acribillados en una gasolinera el 28 de julio de ese año, y ocho más fueron acribillados el siguiente día en otro tramo de la calzada Roosevelt.

El 31 de julio, otros dos más fueron asesinados en una cevichería de la localidad de El Tejar, siempre dentro del trayecto de la ruta de buses en cuestión. Esto me lo contó el expolicía y lo confirman los documentos del Ministerio Público.

La ruta es larga, y los muertos quedaron como reguero de migas de pan que llevaban hasta la MS13. El expolicía lo vio claro; trató de convencer a sus jefes de que esto era un solo caso y no una serie de ellos, pero fue en vano. La MS13 se salió con la suya. Los casos no pudieron ser relacionados. Luego de esta demostración, la pandilla volvió a sumirse en las sombras.

“Los MS siguen teniendo extorsiones. Pero han mutado. Por ejemplo, ahora tienen negocios. Muchos de los tuc tuc son de ellos, es su negocio; varias ventas de carros usados en zona 13 son de ellos; varios puntos fuertes de venta de drogas son también de ellos, pero la apuesta es pasar desapercibidos”, dice el expolicía que solía perseguirlos.

Dice que pueden pasar desapercibidos, en buena medida, porque son pocos. “Cada clica tiene entre cuatro y ocho miembros, como mucho. No más. Ellos ya quedaron los que son. No aceptan más”.

Según esta fuente, y según 35 personas entrevistadas en cinco grupos focales de la capital guatemalteca, la MS13 ha diversificado sus formas de obtener ingresos. Pasaron de depender de la extorsión como única fuente de ingresos, a montar sus propios negocios. Sin embargo, la extorsión sigue siendo la principal fuente de ingresos de la pandilla. Pero ya no es la única.

Las zarigüeyas

El 15 de agosto de 2017 se conmemoraba el doceavo aniversario de la masacre que acabó con El Sur. Tanto la MS13 como Barrio 18 suelen conmemorar esa fecha a la usanza de los bandidos: con tiros.

El expolicía lo sabía y levantó las alertas entre su gente, pero llegó el 15 de agosto y no pasó nada.

Resulta que una diligencia burocrática se retrasó un día y la camioneta que llevaría al reo Anderson Cabrera Cifuentes de la cárcel del Boquerón, en el sur de Guatemala, hacia el hospital Roosevelt, no lo hizo el 15 sino el 16 de agosto.

Cabrera Cifuentes era miembro de la clica Vatos Locos de la MS13 y purgaba una condena de más de 100 años por diversos asesinatos y extorsiones. Entre ellos el asesinato, en 2010, de un investigador policial, y el de cinco comerciantes de la zona 4 de la capital que se negaron a pagar extorsiones, según fuentes del Ministerio Público.

Ese día, un comando de la MS13 atacó el hospital Roosevelt. Asesinaron a dos guardias penitenciarios que acompañaban a Cabrera Cifuentes; asesinaron a otros dos guardias de seguridad del hospital, a dos niños menores de 15 años y un adulto. Luego se llevaron consigo a Cabrera Cifuentes.

Y la MS13 volvió a desaparecer.

Esa fue la penúltima gran aparición de la MS13 en Guatemala. La última vez que robó titulares y fue la comidilla de los noticieros. La penúltima vez que altas autoridades hablaron de ellos en códigos de “enemigo número uno”.

La última vez que estuvieron en foco fue únicamente para reportar la muerte de Cabrera Cifuentes el 4 de octubre de 2018, quien decidió meterse un tiro en la cabeza antes que regresar al penal.

Desde esa vez ya no han sido protagonistas en la narrativa violenta de Guatemala. Sus siguientes apariciones han sido en códigos muy diferentes.

El 22 de diciembre de 2019, Diabólico y su pandilla salieron nuevamente de las sombras. Esa vez él no cargaba la cabeza de ningún capo carcelario, ni se les acusaban de ningún audaz y sangriento rescate. En esa ocasión, Diabólico recibió a un equipo de prensa española en el penal Fraijanes II, en las afueras de la capital guatemalteca. Esa vez se ufanaba de coordinar una clínica dental y una microempresa de serigrafía.

Después de la entrevista con el medio español El País, hasta estos penales han llegado otros medios. En su mayoría, llegaron hasta ahí a petición de Diabólico. En estas entrevistas, el líder pandillero, menos hábil para las palabras que para el machete, intenta organizar un discurso suave, en donde presenta, o intenta presentar a la MS13 como una estructura que lucha por terminar con la extorsión, como quien lucha por dejar un vicio.

En 2021, las autoridades decidieron trasladar desde el penal de máxima seguridad Fraijanes II a los 194 miembros de la MS13, entre los cuales se encontraban Diabólico y otros dirigentes, hacia un penal con medidas menos restrictivas: Pavoncito, el penal donde comenzó todo, donde hace 19 años los “cholos” se levantaron contra las élites de la mafia guatemalteca y los pasaron por machete. Cuando aún El Sur vivía.

En sus interacciones con periodistas, Diabólico no deja de insistir en que la MS13 no tiene intención de pelear. Es muy reiterativo en decir que no quiere verse como los MS de El Salvador o de Honduras: encerrados en celdas minúsculas y hacinadas, siendo asesinados por policías y militares. Insiste en que ya no son una amenaza, y que si el gobierno les da la oportunidad, ellos dejarían de extorsionar y de delinquir completamente, volviéndose entonces una pandilla conformada por pandilleros que trabajan.

“En esta ocasión, y a diferencia de los otros periodistas convocados por Diabólico, no hablé con él en persona. El día de la cita, en el penal de Pavoncito, en mayo de 2021, en la entrada del penal, sus homies me dijeron que Diabólico había tenido que ‘atender otros asuntos’ y que no le sería posible recibirme, que regresara mañana. Al día siguiente, un funcionario de la cárcel me informó que las autoridades guatemaltecas habían prohibido mi entrada a cualquier recinto del sistema carcelario, y se habían girado instrucciones a los funcionarios de no hablar conmigo”, explica el periodista.

 

 

“De todas formas, hablé con Diabólico. Me comuniqué con él por otros medios. Parte del acuerdo fue no revelar cuáles. En esas conversaciones, le pregunté al líder de la MS13 si lo que estaba proponiendo era disolver la pandilla, a lo que respondió con un poco ambiguo ‘no’. Dijo que más bien lo que pretendía era hacer que la pandilla poco a poco deje de cometer delitos y violencia. Hizo énfasis en que en ningún momento está amenazando al país o al gobierno del presidente Alejandro Giammattei. No trata de poner al gobierno entre la espada y la pared; sabe que no puede. Ya no”.

Las palabras de Diabólico suenan más a una forma taimada de rendición que a una amenaza. Es normal, nadie amenaza sin saberse en el lado ganador, y los MS en el penal de Pavoncito son apenas 194.

“En cárceles no llegan a los 400, la mayoría con condenas largas. Y en la calle no serán más de 300”, me dice en una entrevista un exfiscal de crimen organizado.

Él cree que la MS13 ha optado por la estrategia de las zarigüeyas: caminar en silencio, en las sombras y, ante el riesgo, hacerse el muerto; y pasado el peligro, seguir viviendo. Como estrategia evolutiva, no será la más honorable o la que inspire más leyendas. Pero algo es cierto: ningún cazador considera importante tener la cabeza de una zarigüeya en su pared.

*El artículo y la información consignada en él muestra la opinión de varios pandilleros, su historia en la MS13, además de entrevistas con integrantes, ex integrantes, funcionarios del Ministerio Público, Policía Nacional Civil y organizaciones que han documentado el fenómeno a lo largo de este tiempo.

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