Es quizá el analista político de mayor renombre en América Latina. Autor demás de 10 libros sobre política y economía, columnista de El País y ex director de la revista Foreign Policy, recibió el premio Ortega y Gasset, el más prestigioso galardón al periodismo en español en 2011.
Este año, participará como conferencista en el Encuentro Nacional de Empresarios por el Desarrollo ENADE que en 2019 tratará sobre la necesidad del fortalecimiento institucional en Guatemala. Exilado venezolano, Naím ha sido una de las voces más críticas al régimen de Chávez y Maduro. Aquí un resumen de la conversación que sostuvo desde Washington con Soy502.
—En su libro “El Fin del Poder” usted habla del incremento de las migraciones. ¿Qué efecto tendrán las políticas del gobierno de Donald Trump sobre la emigración del Triángulo Norte?
—Serán devastadoras. Una de las políticas más equivocadas de Trump ha sido eliminarla ayuda al desarrollo que intenta mejorar la calidad de vida en los lugares de origen de los migrantes. En el fondo, todos ellos son refugiados: están huyendo de condiciones inaceptables. En vez de triplicar la ayuda, la retiró. Es un gran error.
—¿Qué piensa de la firma de acuerdos de “países seguros” en la región?
—Esos acuerdos suponen una capacidad institucional del Estado que no existe en estos países. Es bien sabido que el sector agrícola de los Estados Unidos depende en gran medida de los recursos humanos de Centroamérica y México. Estas son políticas públicas orientadas a temas electorales, para crear odio en la base política electoral de Trump. Él no quiere resolver el problema, quiere ser reelecto como sea.
—En un contexto global donde el poder se degrada, ¿qué le recomienda a Guatemala para llegar a acuerdos políticos que fortalezcan sus instituciones?
—El Estado debe hacer poco pero lo debe hacer muy bien: debe intervenir fuertemente en aquellas cosas importantes que el sector privado no puede resolver. En Guatemala, hay que fortalecer las instituciones públicas, de eso no tengo duda. El Estado debe incrementar su presencia, su eficacia, en los lugares donde no hay seguridad ciudadana, donde hay desnutrición crónica, donde la educación es mala. Esas son responsabilidades del Estado, que el Estado debe asumir fortaleciendo instituciones.
—¿Por dónde comenzar en un ambiente tan polarizado como el de Guatemala?
—Hay que sincerar el debate. Aquí hay total consenso en la retórica de los políticos. Todos dicen estar de acuerdo en fortalecer instituciones y mejorar la administración pública, pero a la hora de la verdad, no actúan en esa dirección. Existe una brecha entre el consenso sobre el diagnóstico y lo poco que se hace al respecto. La gran pregunta que tienen que contestarse los guatemaltecos es: si todos están de acuerdo, ¿por qué no cambia? Realmente, lo que sucede es que la disfuncionalidad del Estado le conviene a algunos. El Estado guatemalteco, tal como está ahora es la manifestación, la expresión, de un conjunto de actores con poder. La resultante es ese Estado inepto, disfuncional y con frecuencia corrupto.
—¿Cuáles son esas cosas donde sí debe intervenir el Estado?
Por ejemplo, es una vergüenza que en Guatemala haya el nivel de desnutrición que existe. No existen soluciones de mercado que vayan a resolver esto en el plazo necesario para que una generación más de niños no crezca desnutrida. No tengo duda que el Estado debe intervenir en eso y debe hacerlo focalizadamente, eficazmente, sin corrupción. Como no tengo duda que el Estado debe intervenir de una manera más eficaz en garantizar la seguridad a sus ciudadanos, luchar contra el crimen organizado, las maras, etcétera.
—¿Cómo pueden recuperar las elites políticas la confianza y la legitimidad para retomar el diálogo político?
—La bancarrota de los partidos políticos no es un fenómeno exclusivo de Guatemala. En el Reino Unido, la cuna de la democracia, los partidos políticos no se ponen de acuerdo, los Tories han sido tomados por Boris Johnson, un personaje que no es parte del establishment de ellos. Es una tendencia mundial.
—Los partidos políticos tienen que reinventarse, modernizarse, adecentarse, ser más atractivos. En estos momentos hay pocos incentivos para un joven de 20 años que quiere cambiar el mundo, cambiar a Guatemala, se meta en un partido político. En cambio, hay muchos incentivos para que participe en una ONG o un movimiento. Es muy interesante ver que en Guatemala todo el movimiento que sacó del poder a Otto Pérez no tuvo un protagonismo de los partidos. El protagonista central fue la sociedad civil. Ahora bien, no hay tal cosa como una democracia sin partidos políticos: una democracia necesita de partidos políticos, pero estos no pueden ser instrumentos electorales transitorios creados para llevar a la presidencia a alguien especifico con nombre y apellido, tienen que convertirse en instituciones permanentes que agrupan y articulan intereses, forman cuadros y se preparan para gobernar.
—Hay otros sectores de la población que también han perdido confianza, como el empresariado o incluso los mismos medios de comunicación. ¿Cómo se recupera?
—Siendo justos y abiertos a las realidades. Decir que todo el sector privado perdió la confianza es una injusticia, hay empresas privadas en Guatemala que son ciertamente admirables, y hay otras corruptas, voraces, depredadoras. Pero hay que ser más sofisticados, más selectivos cuando se describen las dificultades que enfrentan ciertos sectores de la sociedad civil.
—¿Qué pasa cuando una sociedad se queda sin medios independientes?
—¿Qué recomienda para trascender la polarización política?
—Es muy importante rescatar la idea de que los adversarios políticos son compatriotas que piensan diferente no enemigos mortales que no tienen derecho a existir. La polarización adopta posiciones radicales que transforman a los rivales políticos en enemigos inaceptables, ilegítimos. Hay que luchar contra esto.
—¿Cuál es el antídoto para la Posverdad y las noticias falsas?
—A mí siempre me ha llamado la atención cómo la gente está dispuesta a retransmitir, a reenviar, a creer, a darle like a un mensaje que resuena con sus creencias y prejuicios, aunque muchas veces resulte falso. La gente tiene que ser mucho más cuidadosa en cómo usa internet, las redes sociales: no apoyar y reenviar mensajes y afirmaciones que no están comprobadas. Yo escribí un artículo que titulé “click again”, haz click dos veces. Antes de reenviar, asegúrate que es verdad, basta averiguar en internet quién es el origen, por qué sale, si es verdad o no.
—Ahora se usa a Venezuela como un señuelo para meter miedo. ¿A qué hay que ponerle atención para no convertirse en Venezuela?
—Fortalecer al Estado, darle capacidad para que logre hacer ciertas cosas bien hechas, y al mismo tiempo limitarlo para que no se vuelva un monstruo con apetito de hacerlo todo. Hugo Chávez lo que hizo fue convertir al Estado venezolano en una maquinaria salvaje de control y concentración de poder y asfixió al sector privado. Fortalezcan al Estado, pero no maten a su sector privado. Incentiven y ayuden a los empresarios decentes y honestos que hay en Gautemala.
—¿Qué hace falta para que caiga el régimen de Maduro?
—Que las fuerzas armadas que lo apoyan dejen de preferir asesinar a sus hermanos venezolanos y venezolanas, con tal de dejar a Maduro en el poder. El se mantiene en el poder solamente porque un grupo de las fuerzas armadas, apoyado y controlado por Cuba, le brinda su apoyo incondicional y está dispuesto a matar a otros con tal de tener a Maduro en el poder. Mientras eso sea así, la situación no va a cambiar, pero yo tengo la confianza que eso no puede durar mucho.
—¿Estamos en el ocaso del régimen?
—No sé cuánto dura el ocaso. Sé que mucho más importante que sacar a Maduro es asegurarse que las ideas que representan Chávez y Maduro no vuelvan más nunca a tener importancia en Venezuela.
—¿Ha sido eficaz la política de Washington hacia Venezuela?
—Yo he dado testimonio en el Senado con respecto a mi apoyo a las sanciones individuales, no a las genéricas. Las sanciones contra la economía de un país terminan afectando a los más pobres y yo quiero sanciones que afecten a los violadores de derechos humanos, a los corruptos, a los ladrones, a los que abusan del poder. A ellos, a sus testaferros, sus abogados, sus contadores y todos sus facilitadores.
—Usted termina con optimismo “El Fin del Poder”: dice que la humanidad encontrará nuevas formas de gobernarse. ¿De dónde cree que vendrán esas innovaciones?
—De la gente que ha salido a las calles, en todas partes del mundo, la que está en las marchas por el cambio climático, contra la corrupción. En un mundo donde la constante es la innovación, el cambio, no puede ser que lo único que no cambia es la manera cómo nos gobernamos y escogemos a nuestros gobernantes. Donde hay tanta demanda, va a haber oferta. Hay un gran apetito por actuaciones políticos más eficaces.
—Pero esa demanda también ha detonado procesos regresivos. ¿Persistirán las sociedades abiertas, democráticas, libres?
—La tendencia natural del ser humano es hacia la libertad. Lo único que hace que la gente no viva en libertad, es la opresión de un sistema político corrupto y concentrador de poder, que no pone a la gente como prioridad. Habrá avances y retrocesos, casos muy tristes. Mi país era de las democracias más antiguas de América Latina y se ha convertido en un infierno totalitario. Hay avances y retrocesos, confusiones y confirmaciones, pero la tendencia general de la humanidad es hacia la libertad.