Estados Unidos solicitó formalmente la extradición del exministro de gobernación, Mauricio López Bonilla.
Las autoridades antinarcóticas del norte lo acusan de haber colaborado con los capos de la droga, al punto de prestarles a agentes de seguridad gubernamentales para escoltar cargamentos.
A mí no me extraña que el gobierno de Trump iniciara el proceso de extradición. Escuché a fuentes de la embajada de Estados Unidos quejarse de López Bonilla durante meses, mientras era ministro, porque estaban seguros de que protegía a narcos. Era tal la frustración que él les provocaba, que hasta yo me enteré.
Las autoridades del Norte podían trabajar con el exministro, otorgarle recursos a regañadientes, preguntarle en cada reunión cuándo iba a entregar al capo Jayro Orellana y albergar algún resquicio de esperanza de que eventualmente enderezaría el camino, pero los reportes de inteligencia invariablemente les mostraban que López Bonilla en lo único que persistía era en su ánimo de pasarse de listo.
Quizá esa fue la perdición de López Bonilla: pensar que podía darle la vuelta a los demás, jugar en todas las canchas y ser múltiple agente para Washington, los Patriotas, los capos, y además, los clientes privados de “servicios estratégicos”. Todo con el objetivo de acumular beneficios y poder personales, sin sucumbir.
El ex ministro tenía la experiencia de su lado. De joven, logró infiltrar a la guerrilla y obtener victorias militares que en su tiempo hicieron leyenda. López Bonilla estaba acostumbrado a ser el más vivo en el campo y el más hábil en la sala de juntas.
Tal vez lo que inició como una operación militar de altísimo riesgo se convirtió luego en una habilidad profesional y al final, en una adicción por vivir así, en el filo: con el peligro constante de ser descubierto y el reto de encontrar una salida creíble para engañar, para seducir, para decir lo que el otro quería escuchar y así llevarse una victoria, sin importar los medios o los costos.
Las personas que viven de hacer esto, que tienen la capacidad de manipular escenarios y operar cual titiriteros de “los poderes que son”, suelen tener dos características que le sobran a López Bonilla: inteligencia y encanto personal. Y les dura hasta que un día caen las máscaras y se descubre que están tratando de jugar varias manos a la vez.
Dicen que la mayor traición que enfrentó López Bonilla fue la de la “Reina del Sur”, Marllory Chacón, que diseñó el golpe maestro, al negociar con la DEA, la agencia antidrogas estadounidense, que grabaría a todos sus grandes cómplices haciendo tratos con ella.
Mauricio López Bonilla me dijo varias veces al inicio del gobierno del Partido Patriota, que él quería cuidar su gestión porque su ambición política no se limitaba al ministerio de gobernación: que soñaba y aspiraba a más.
Todavía hoy resulta increíble verlo sonriente en las entrevistas: planta cara, se niega a mostrarse derrotado. Habla, sabiendo a quién se dirige cuando le ponen enfrente el micrófono, y maquina. Quizá, solo quizá, pensará, hay salida.: una vida más para el que llamaban "Lobo".
Lástima por él. Me da tristeza, porque todos los que le conocimos --y apreciamos sus talentos-- lo vimos en algún momento como un candidato potencial y viable para alcanzar la presidencia.
Ahora, con esta solicitud de extradición, sabemos con certeza que solo saldrá de los procesos locales par enfrentar la ira de Washington. Una vida con tanto potencial desperdiciada al fin de cuentas.
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