Se despejaron las dudas: habemus embajador. El señor Luis Arreaga tiene nombre latino y acta de nacimiento que lo identifica como guatemalteco de origen. Y si el Senado lo confirma en las próxima semanas, reemplazará a Todd Robinson en la Avenida de la Reforma.
Son ajedrecistas estos señores de Washington.
No sorprendió que el hombre venga de la primera línea de batalla contra el narcotráfico y las mafias en el hemisferio occidental.
Tampoco asombró que sea un diplomático de carrera, que ya ha fungido como embajador en lugares estremecidos por torbellinos sociales, como Islandia tras la gran crisis financiera de 2008.
Lo que más llamó la atención es un detalle circunstancial: que el señor Arreaga haya nacido precisamente aquí, donde ahora será embajador.
Buena parte de la crítica feroz que ha enfrentado el embajador saliente, Todd Robinson, se centra precisamente en un supuesto abuso a la soberanía del país. Y digo supuesto porque aquí cuando nos cantan en inglés la canción que nos gusta, nos peleamos por ser los hijos predilectos de Mickey Mouse, pero cuando nos reclaman, peor si es en tono golpeadito, nos rasgamos las vestiduras.
Lo cierto es que aunque Arreaga tenga pasaporte norteamericano y represente a los Estados Unidos, nadie quita que es guatemalteco. Y a diferencia de otros, como el actor Oscar Isaac, que habla español con acento, el señor Arreaga hasta habla como guatemalteco.
Según los videos que he visto de entrevistas viejas, el embajador nombrado no imposta un acento extraño, como muchos que salen del país y regresan hablando como mexicanos, argentinos, colombianos o españoles, o con esa particular inflexión de los latinos radicados en Estados Unidos. No: el señor Arreaga tiene el habladito suave del "sí pues", de este lado de la Sierra Madre.
Como dijeron varios amigos en redes sociales, este señor debe saber incluso como maltratar “en buen chapín”, aunque no pareciera que ese sea su estilo.
Arreaga tendrá una ventaja al poder hablar de tú a tú, o de “mirá vos”, con los guatemaltecos.
Pero como sucede muchas veces, esa fortaleza podría convertirse también en una debilidad: no hay que soslayar las omnímodas redes de relaciones endogámicas, incluso incestuosas, de Guatemala.
Los tupidos amarres de esas redes fueron lo que obligó al país a buscar una fuerza supranacional que enfrentara la impunidad, como CICIG.
Cuando hice este comentario no pocos me respondieron que esperan que el embajador “a ese nivel, no se deje influenciar”. Perdonen, la cercanía nos afecta a todos los humanos: no es cosa de jerarquía o profesión.
De hecho, la experiencia me dice que las redes de relaciones, aquí y en la China, tienen una incidencia enorme en nuestro entorno y nuestra conducta: en las oportunidades que tenemos, las decisiones que tomamos.
El señor Arreaga salió de Guatemala cuando era joven y podemos asumir que debe haber tomado distancia de parientes y amigos. Que además se ha movido en círculos que deberían blindarlo de los “amarres” de la infancia. Que sabrá sopesar los hechos concretos, juzgar a las personas por sus actos, no por lo que representen en la sociedad o en su historia personal; que sabrá cuándo no responder una llamada, decir “no”, aunque duela y resistir las tentaciones que le ofrecerán sin duda los diversos círculos locales de poder. Y que podrían resultar más tentadores para él que para alguien que viene de Omaha.
Por eso también, hay que justipreciar la trayectoria de Arreaga. Un PHD en economía, que se ha fogueado en la persecución de capos. Y que al irse de aquí, supo forjarse la posición que hoy ostenta.
Y el campanazo: según mecuentan, es cercano al jefe de CICIG, Iván Velásquez, y a su equipo.
Que lo manden a él, un jefe de la lucha antinarcótica y el crimen organizado, con raíces locales, dice mucho de cómo nos perciben en Washington y cuál es el enfoque para lidiar con nosotros.
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