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Frente a la corrupción, hablemos de los valores irrenunciables

  • Por Soy502
29 de enero de 2018, 19:35
La corrupción beneficia a unos pocos y atenta contra la dignidad de un pueblo entero, dice Julio Serrano. (Foto: Archivo Soy502)

La corrupción beneficia a unos pocos y atenta contra la dignidad de un pueblo entero, dice Julio Serrano. (Foto: Archivo Soy502)

No es difícil imaginar que si hiciéramos un recuento de la palabra más significativa en Guatemala en los últimos tres años, “corrupción” encabezaría ese listado. Y aunque todos entendemos el concepto, también sabemos que sus raíces más profundas sobrepasan el mero efecto de su actuar en contra de la vida, en beneficio de muy pocos y en demérito de la dignidad de un pueblo entero.

Al otro lado de la corrupción están los valores, esos que ni siquiera sabemos bien cómo llamarlos: la solidaridad, la honestidad, la transparencia, la honradez... Esos valores que además tienen una característica que puede parecer extraña en estos tiempos de legalismos: son imposibles de cuantificar y controlar mediante leyes. 

¿Por qué hablo de leyes? Porque existe un discurso bastante tramposo y peligroso que hace pensar que “si es legal está bien”.

Tenemos varios ejemplos muy cercanos: la elección de la Junta Directiva del Congreso fue legal (o casi) pero en esa elección estuvo todo mal, como acaba de reconocer la Corte de Constitucionalidad.

Ahí está también el caso del famoso bono de 50 mil quetzales mensuales que el Ministerio de la Defensa le entregaba a Jimmy Morales. Dice el ex ministro que es legal, porque lo respaldó con un acuerdo, pero los ciudadanos bien sabemos que los sobresueldos bajo la mesa están mal, carajo.

Lo legal --o lo aparentemente legal-- no es necesariamente legítimo, eso nos queda claro. Por eso es fundamental hablar de valores. 

En 2015 llenamos las plazas porque nos estaban robando nuestros impuestos. Lo único que nos logró unir fue el valor monetario de nuestro trabajo robado por la execrable clase política de entonces –que es una variante más astuta que las reses que nos gobiernan ahora-. 

No nos juntó la empatía por los cuerpos de niños desnutridos ni por las mujeres asesinadas ni por los enfermos en los hospitales que mueren por la corrupción. Nos unió el hecho que se estaban robando nuestra plata y de nuevo, el dinero también es un valor pero digamos, en otra categoría. 

Ya pasaron tres años desde aquellas plazas y algunas lecciones hemos aprendido. Somos levemente más críticos que antes, estamos un tanto más atentos a que no nos pasen encima y quiero creer que ya podemos pasar al siguiente nivel: más allá de la plata. 

Podemos pensar en la honestidad más allá de la plata, en la integridad de un individuo que sabe reconocer sus errores y busca resolverlos con aprendizajes colectivos, podemos pensar en la empatía de sentir el dolor de alguien que sufre por algo que nosotros sí tenemos garantizado, el peso enorme de una injusticia ajena sobre nuestro pecho –porque jamás una injusticia es ajena-. 

Podemos reconocer que estamos un cachito más maduros que hace tres años y ya podemos hablar de cuáles son los valores no negociables, de qué se trata esto de la dignidad, para comenzar.

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