Guatemala tiene características de una sociedad postconflicto, y es normal.
Muchos son los ausentes de ambos “bandos” (por decirle de alguna manera a una guerra entre hermanos con miles y miles de inocentes de por medio), los que siguen presentes en la mesa pero no están. Desaparecidos, asesinados y torturados. Poco tiempo ha pasado y la herida sigue abierta.
Sin embargo se pudiera haber hecho mucho más en estos años, especialmente después de los Acuerdos de Paz, de haber tenido liderazgo político.
Mandela lideró en Sudáfrica una política de acciones y gestos que sin duda ha ayudado a aliviar las heridas del Apartheid, aunque es obvio que siempre vuelven tensiones (fomentadas últimamente por oportunistas que quieren revivirlas, hay que decirlo).
Su legado, sin embargo, no ha muerto y sigue teniendo valor. Da envidia. No ha habido un Mandela aquí, alguien con la legitimidad, la madurez y el valor para encarar desde lo político la verdadera reconciliación.
Leer el debate de los últimos días ha sido descorazonador en ese sentido. La mentalidad del pasado es la que ha manejado la conversación. Eso, en un país donde el 75% de los actuales chapines no había nacido en 1982 y muchos otros no tienen una memoria propia de esa época.
Es el 10% de la población la que tiene recuerdos más vívidos de la etapa más cruenta de la historia reciente de Guatemala. Se respetan los dolores pero no pueden esperar que el resto de los guatemaltecos vivan ese conflicto con la misma intensidad.
Producto de esta orfandad de liderazgo vemos las tontas guerras de porcentajes y tipos penales. Como si 200 mil muertos no fueran razonables pero 38 mil, sí.
Como si le importara a alguien cuyo padre fue desaparecido por la guerrilla si fueron 90% de un “bando” y 10% del otro, o más o menos. Como si no cumplir la definición técnica de genocidio fuera a devolver al pariente desaparecido.
Después de los Acuerdos de Paz nadie asumió la agenda de la reconciliación en el sistema político, nadie la reclamó para sí. No hay guía en este camino y no existen referentes morales que desde Congreso o Ejecutivo lo hayan encauzado.
Hay que dejar el conflicto atrás. Hay que hacerlo con memoria y con reconocimiento de los dolores de todas las víctimas por supuesto. Con justicia también. Pero atrás.
La renovación y la reforma tendrán que preceder a la reconciliación. Nada podrá hacerse desde un Estado descabezado, deslegitimado y atrincherado en su corrupción.
Mientras, como aquel que esperaba a Godot, esperaremos a nuestro Mandela.
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