No sé quién eres, pero escuché tu historia con horror hace varias semanas y me gustaría abrazarte.
Tengo una hija que debe tener más o menos tu edad, y pensé en todas las veces que ella y sus amigas han salido de esa y otras discotecas, corriendo un riesgo similar al que para ti fue fatal.
Pensé también en las muchas ocasiones en las que yo me he encontrado sola, en parqueos desolados o escaleras de servicio, especialmente en los sótanos.
Te agradezco el enorme acto de valentía que has tenido al denunciar el crimen del que fuiste víctima; al acudir a las autoridades para someterte a exámenes e interrogatorios; al sobreponerte a la rabia y la humillación que debes sentir.
Lo haces por ti, porque nadie debe soportar en silencio abusos ni vejámenes y porque la sociedad tiene contigo una deuda de justicia. Pero yo te lo agradezco porque tu coraje también se extiende sobre nosotras: el resto de mujeres que vivimos en este país asediado por la violencia.
Conozco a mujeres que han pasado por lo mismo que tú y que incluso a pesar de los años, son incapaces de hablar de ello: por lo horrible que fue, porque no quieren que nadie sepa, porque sienten culpa y vergüenza, aunque las víctimas hayan sido ellas.
Tú debes sentir lo mismo, y a pesar de ello, te presentaste a una oficina pública, a rendir declaración ante extraños, a darles detalles de tu vida, incluso a permitir el escrutinio de los forenses.
Vas a pasar más de una mañana en tribunales, tendrás que contar de nuevo tu historia, enfrentar a personas que intentarán cuestionarte o culparte de lo que te pasó. Quizá incluso debas reencontrar, a pocos metros, al canalla que abusó de ti.
Te agradezco porque en ese proceso vas a dejar tiempo, energía y muchas lágrimas. Pero si tenemos algún atisbo de esperanza de frenar la violencia, y en especial la que se ejerce contra las mujeres, es porque algunas como tú, tienen el valor de detener a los criminales, no con venganzas estériles, sino con la majestad de la justicia.
La impunidad campea porque bajamos la cabeza, porque callamos, porque no nos atrevemos a denunciar, porque no confiamos en las instituciones.
Nuestro sistema está lleno de vicios, pero también de funcionarios comprometidos que hacen bien su trabajo a pesar de las limitaciones y el acecho de las mafias.
Espero que en ese camino difícil que elegiste, por ti pero también por nosotras, encuentres a muchas de esas personas, capaces de devolverte la fe en los demás. Espero que con el tiempo se desvanezcan la rabia, la angustia y el miedo que seguramente todavía te saltan a la garganta y que poco a poco, te invada el orgullo no solo por la victoria procesal que obtendrás y en algo habrá de repararte con una sentencia, sino por el triunfo personal que supone haber tomado la decisión correcta.
Espero que tu caso siente un precedente para la justicia, que tu ejemplo florezca en el corazón de muchos y nos infunda valentía, que es lo que más necesitamos para cambiar, en todo, a este país que es el nuestro y duele tanto.
Espero que gracias a ti caminemos todas más tranquilas y que cada vez sean menos las mujeres que padecen cualquier tipo de violencia.
Te abrazo de nuevo, jovencita valiente, y te agradezco.
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