El crucero "Costa Concordia" volvió a flotar este lunes por primera vez desde su naufragio el 13 de enero de 2012 frente a la isla de Giglio, en la costa italiana. La embarcación será desmantelada si concluye con éxito la etapa de recuperación.
El crucero, de 290 metros de largo, está siendo reflotado en una amplia operación para ser trasladado a Génova, pero existe riesgo que el barco se quiebre o que las cadenas cedan, explicaron expertos.
Hay 42 personas a bordo durante la primera maniobra. Si se produce un desastre, serán evacuadas de urgencia.
Desde el naufragio del crucero en enero de 2012, la operación de rescate habrá costado en total unos 1.100 millones de euros.

Palacio flotante
El crucero "Costa Concordia" era el orgullo del armador italiano Costa, que había convertido a este palacio flotante del tamaño de tres canchas de fútbol en un templo dedicado al bienestar y la diversión.
Al igual que el "Titanic" en su época, el "Costa Concordia" acumuló todos los superlativos. Nave almirante de la flota Costa desde su lanzamiento en 2006, esta hazaña de los astilleros italianos Fincanteri era el barco más grande construido en Italia: 290 metros de eslora y 38 de manga.

Para maniobrar y mantener a este gigante de los mares dotado de 13 cubiertas, se necesitaban no menos de 1.068 tripulantes para una capacidad total de 3.780 pasajeros distribuidos en 1.500 camarotes, de los cuales 505 con balcón privado, sumados a unas 70 suites de lujo.
Para alimentar a esa cantidad de gente tenía cinco restaurantes, incluyendo el exclusivo "Club Concordia" donde sólo había mesas reservadas para una clientela de alto nivel.

A la hora del aperitivo o del digestivo, el pasajero podía elegir entre trece bares temáticos, con nombres sugestivos: "Coñac y puro" o "Café chocolate".
Era ante todo por sus servicios dedicados al bienestar que el "Concordia" se había ganado la fama desde sus primeros viajes: cinco jacuzzis, cuatro piscinas con techo transparente móvil, terreno deportivo para actividades múltiples, pista para correr al aire libre.
Entre los supersticiosos, este palacio flotante estaba marcado por el destino: el día de su inauguración, la botella de champagne arrojada tradicionalmente contra el casco no se había roto.