Hipócritas. Van por la vida, señalando con el dedo las “perversidades” de los demás y su misma casa está podrida, criadero de monstruos capaces de una atrocidad semejante. Esa, debo confesar, fue mi primera reacción.
El pasado sábado por la mañana nos despertamos con una esperada noticia. El autor del atropello de un grupo de escolares que manifestaban hace una semana, grabado en video en toda su crudeza, había sido identificado.
El presunto indeseable estaba en busca y captura, insensible al hecho de que una de sus víctimas acababa de fallecer. Las noticias del allanamiento venían adornadas de un dato polémico y por coyuntura significativo. El supuesto perpetrador es hijo de un pastor.
Una vez pasada esa primera reacción, y gracias a que alguno de mis profesores de periodismo sigue teniendo influencia sobre mí, me surgió cierta reflexión: ¿Debe ir esa información en el titular? Si se nos presentara como “el hijo de un médico es buscado por la autoridades” ¿no lo leeríamos con extrañeza? ¿Qué es lo que explica el parentesco con un guía espiritual?
Entiendo la tentación de convertir la historia en una alegoría de la gran conversación social. El caso viene de la mano, por coincidir en la misma semana, de un debate sobre moral y familia impulsado por un grupo de diputados que quiere por decreto y de manera frívola convertir en oficial un modelo concreto de familia y sexualidad. El mismo modelo que representa muy bien la familia de un pastor.
El hecho de que el presunto energúmeno llegara sonriente y con la palabra “Dios” en la boca no hace sino intensificar esa sensación de tomadura de pelo del conservadurismo social extremo. El cuerpo de Brenda en la morgue y los diputados considerando urgente “salvar” a la sociedad de homosexuales y transexuales. La violencia es tolerable, pero dos hombres besándose “perturba la paz social”.
Sin embargo está claro que semejantes asociaciones una vez trasladadas al caso particular son apresuradas y potencialmente injustas. No sabemos lo suficiente sobre esta persona y su familia para convertir su crianza en representación de nada. Ni de hipocresía moralina ni de violencia patriarcal.
La idealización de la familia como origen de todos los males y virtudes de la sociedad es altamente cuestionable. Somos mucho más que el núcleo que nos vio nacer. Parte de crecer como personas y modernizarnos como país es aprender que estamos solos frente al abismo de nuestras decisiones y esa carga no puede (ni debe) ser compartida con nadie.