Pasé muchos sábados frente a la olla de masa sobre una parrilla ingeniosamente improvisada con un aro de llanta y tres tubos por patas. Batíamos la masa a un ritmo preciso con ángulo exacto. El método me lo enseñó mi abuela, como a ella su abuela y su abuela antes que ella, allá por el año 125 A.C. La masa para los tamales. Afuera de mi casa, en la entrañable colonia Roosevelt se prendía un foco rojo al caer la tarde, muy parecido al que se prendía todos los días en un negocio de la esquina, a dos cuadras, donde vendían abrazos de tamal. Nosotros vendíamos tamales: los tamales de Doña Carlota.
Digo vendíamos porque a todos nos tocaba participar en el proceso de producción. A mí batir la masa y cargar una olla más pesada que colchón meado. A mis hermanas les correspondía la amarrada y a todos nos tocaba la venta, envolver en periódico y despachar. Me pagaban en especie: barra libre de los tamales más codiciados de "la Rúsvel" y cuatro tiras de francés.
Recuerdo aquella paleta con cariño y terror. Los otros seis días de la semana mi abuela la usaba también para batir, pero para batirme la nalgas cuando me le ponía brinconcito. Revivo esas tardes con nostalgia y caigo en cuenta de la dimensión que puede alcanzar en nuestras vidas ese delicioso tanate de masa, recado y núcleo proteico, envuelto en una hoja de plátano, conocido como tamal.
De hecho el título de esta columna iba a ser “La influencia del tamal en la cultura, el subconsciente y el imaginario colectivo del pueblo de Guatebella, o como se le conoce actualmente, MIGUATE”, pero entiendo que resulta un poco largo.
La relevancia del tamal en nuestro entendimiento de la vida es extraordinaria, un fenómeno hasta ahora poco apreciado, valorado y estudiado. Tenemos tamal en la boca todo el tiempo. “Le hicieron de chivo los tamales” cuando engatusan a algún ingenuo parroquiano. “Parece tamal mal amarrado”, al referirnos a una figura que no se ajusta a las proporciones y los cánones de belleza establecidos por "la cultura opresora patriarcal occidental". El despectivo “tiene brazos de tamalera” para señalar la flacidez y volumen de las extremidades superiores. En el mundo de los negocios, “hay que amarrar ya ese tamal” cuando hablamos de la urgencia de cerrar un trato. Hasta en el terreno de la sexualidad con el ya mencionado “abrazo de tamal” que todos queremos dar o recibir en algún momento. Y la clásica “a cada coche le llega su sábado”, haciendo relación entre el inexorable avance del karma o la justicia y la carne de porcino, ingrediente esencial del tamal.
Achiote en la sangre, cabellera de cibaque, cal en los huesos, masa muscular. Guatemala es tamal.
Tamalito de Cambray, tamal negro, tamal blanco, tamal colorado, tamal de arroz, tamal de elote, tamal de coche, tamal de pollo, tamal de chicharrón, tamal torteado, shepes y paches que, según los eruditos del la tamalogía, pueden ser incluidos en la categoría. Y el último grito de la moda: tamal vegano y tamal orgánico sin aditivos preservantes, edulcorantes ni demás vainas ni babosadas que siempre comimos pero que ahora son más peligrosos que veneno de Araña Violín.
Aún así, con la importancia social y cultural que tiene el tamal, estamos asistiendo impávidos a un un evento abominable, somos testigos mudos de una práctica oprobiosa y cada vez más común: la alteración, profanación y vulneración de sus cualidades y propiedades esenciales. Le pido por su propio bien que si está comiendo deje de leer estas líneas y vuelva cuando termine de hacerlo.
Me explico.
Tamal chisgueteado con mayonesa, como cualquier sanguche por ahí. Espolvoreado con azúcar y hasta curry. Más atrocidades: tamal con quechup, con crema chantiilí, con salsa inglesa, tamal bañado en atol de plátano o miel de maple y lo más atroz: tamal rociado con consomé. Solo por mencionar algunos de los vejámenes a los que está siendo sometido tan entrañable plato. (Si usted leyó este párrafo sin sentir náusea o salir corriendo a abrazar el trono de porcelana permítame manifestarle mi respeto).
Aún estamos a tiempo de enfrentar esta problemática, de convertirla en un tema de país, proponer una iniciativa de estado, quizá a cargo del Ministerio de Cultura. Que el tamal sea declarado Patrimonio Gastronómico de la Nación mediante un decreto legislativo o se establezca una Denominación de Origen para proteger al tamal de estos retorcidos experimentos. Que no se le pueda llamar tamal si es alterado de alguna profana manera. Obviamente, todo avalado por la muy noble y respetable Orden de Doñitas Tamaleras de Mesoamérica para darle al movimiento credibilidad absoluta.
Es importante, impostergable e innegociable. Cualquier iniciativa con tal de proteger nuestro preciado y emblemático tamal es bienvenida. Todo menos la indiferencia, eso sí está mal.
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