Cuando los shucos hablan de pureza…desconfiemos, están (casi con seguridad) intentando cubrirnos de su propia suciedad. Cuando el pícaro apela a la justicia divina, cuando el proxeneta habla de castidad… dudemos. Cuando el corrupto habla de las imperfecciones de los fiscales que lo acusan sin defenderse demasiado de las mañas imputadas…sospechemos.
Quién sabe, quizá vieron la luz y están tan arrepentidos que quieren que todo el mundo se convierta a su renovada vida, mas creo que estarán de acuerdo conmigo, estimados lectores, que eso es altamente improbable.
Es más razonable pensar que es otra cosa. Cuando los niños no saben qué decir ante las bromas de sus compañeros sueltan el manido “y tú más”. Esto se parece mucho a aquello.
Qué bueno que le prestemos atención al debido proceso, a la ineficiencia del sistema judicial, a las carencias administrativas, de formación y legales del personal que ahí trabaja.
Qué bueno hablar del sistema penitenciario y de las condiciones en las que los presos (algunos incluso inocentes) viven. Es justo y necesario y muchas buenas personas llevan insistiendo en esos temas durante años.
Ahora bien, cuando ciertos diputados quieren con premeditación, nocturnidad y alevosía, cambiar el Código Penal para reducir el tiempo de prisión preventiva aduciendo defensa de unos Derechos Humanos que nunca les importaron es complicado no ver el interés propio de los que más se aprovecharon del sistema.
“Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” parecen decir. Y sí, nadie lo está. Todos somos pecadores de una manera u otra. La pregunta es “¿qué pecado?”. No es lo mismo robar 318 quetzales de la cesta de ofrenda de una iglesia (trágico y real caso que actualmente cumple una sentencia de 12 años en prisión) o dar facturas (sí, me refiero al hijo del Presidente) que saquear impunemente el Estado desde el poder.
Recuerda un poco este discurso a esos que intentan justificar dictaduras indefendibles señalando los problemas existentes en democracias. Se aferran a un dato, a un indicador y lo comparan con otro para concluir que todos somos la misma clase de miseria.
Pues es falaz, no es lo mismo. Nadie es enteramente puro, nadie es enteramente bueno pero hacer equivalencias morales solo favorece a un grupo: a los más shucos de los shucos. A los que habiendo lucrado de las miserias del sistema quieren decirnos “tú y yo somos de idéntica especie”. Pues no (hay que gritar fuerte y contundentemente), no lo somos.
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