Jabes Meda, de 25 años, el muchacho que está acusado de atropellar a 11 estudiantes en la Calzada San Juan, tenía listas las maletas para irse del país.
Se entregó porque sabía que las autoridades lo tenían cercado, porque ya habían difundido su identidad en redes sociales y su rostro estaba en todas las cuentas de Facebook y WhatsApp de Guatemala.
Meda entró al edificio de Tribunales confiado, diciendo “Dios es bueno” y enarbolando una sonrisa cínica. Esa actitud demuestra que ni siquiera ahí, a las puertas de la justicia estaba consciente de la enormidad de su error, ni siquiera porque para entonces ya se sabía que Brenda Domínguez, la chica de 15 años a quien le destruyó las piernas, había muerto en el Hospital Roosevelt.
Las condiciones deplorables de la carceleta deben haber contribuido a mostrarle a Meda la gravedad del problema en el que está metido, al enfrentar cargos por asesinato, maltrato contra menores y lesiones gravísimas. Ya para el final del día se le vio abatido, con el rostro hundido entre las manos.
Tal vez ahí entendió Meda que un momento de ira le costó su vida. Habrá que escucharlo, pero por buena que sea su defensa, es muy probable que pase más de 15 años en la cárcel. Y es una cárcel guatemalteca, es decir, un peldaño del inframundo.
Ese incidente en la San Juan refleja lo desesperado de nuestra situación como país. Jóvenes que toman las calles porque saben que de lo contrario, nadie los escucha. Y miles de personas agobiadas –y al mismo tiempo devoradas– por la violencia que transpira toda la sociedad: esa violencia que es el problema y que demasiados consideran también la solución.
A los pies de ese entorno, el incidente de la Calzada San Juan deja una niña muerta y un joven de 25 años a punto de entrar al infierno de nuestro sistema penitenciario.
Este país pide cambios a gritos, para que no sepa a tanta ceniza.