Jimmy Morales ha dicho, de nuevo, que este “es un pueblo difícil de gobernar”.
No es la primera vez, en año y tres meses que lleva en el poder, que se pronuncia en tal sentido. En agosto se refirió “a la carga” que representaba la presidencia. En diciembre, durante la inauguración de una obra, afirmó que “tal vez estaría mejor vendiendo aguas”.
¿Será que, en algún momento, creyó que la tarea iba a ser sencilla? Guatemala es, y ha sido, un enorme reto. La lista de cosas por hacer es inmensa. Los urgentes/apremiantes abundan por doquier. No hay área, sector, zona, parcela o rincón del Estado que no precise de mejoras o de intervenciones casi inmediatas. Las deudas sociales y económicas datan de décadas. Incluso de siglos. ¿Acaso no lo tenía del todo claro el mandatario?
Es probable que Jimmy Morales no tuviese consciencia plena del inmenso desafío que tenía frente a él cuando el 14 de enero de 2015 recibió la banda presidencial. Nadie, ni los políticos más avezados, han llegado con suficiente kilometraje como para acometer esta complicada empresa que se llama Guatemala. Ni uno solo de los presidentes que hemos tenido desde que se recuperó la senda de la democracia hace 32 años. Lo cual se entiende, en parte, por nuestra historia reciente.
Sin embargo, en el caso actual, ya transcurrieron 15 meses y el momento de lamentarse quedó atrás. El analista político Luis Linares lo decía por la radio esta semana: “Le corresponde quejarse puertas adentro, no en público. Nadie lo obligó a ser presidente… Es el momento de sacar fuerzas de flaqueza”.
El mandatario, lo sabemos todos, llegó al puesto por casualidad. Nadie apostaba por él en 2012 cuando empezó la precampaña. El sucesor de Otto Pérez Molina, o iba a ser Manuel Baldizón, o Sandra Torres o Alejandro Sinibaldi. Así pintaba la cosa. Pero los escándalos de corrupción transformaron el libreto, y el hombre que enarboló el sencillo lema de “ni corrupto ni ladrón” se ganó la simpatía de la mayoría cuando se hicieron añicos las candidaturas de dos de los tres favoritos. Ganó la presidencia y ha llegado el momento de asumir los compromisos que adquirió con los electores que creyeron en su mensaje y, sobre todo, confiaron en que podría hacer las cosas distintas por representar lo que Morales decía en campaña contra la “vieja política”. El tiempo, para nada se le ha agotado. Aunque ya no caben más lamentaciones.
Este, sin duda, es un “pueblo difícil de gobernar”. Y hoy, a diferencia de hace cuatro años, no estamos saturados de campaña electoral superanticipada. Apenas empiezan a mencionarse nombres de posibles candidatos para 2019. Las quejas de Morales deberían de ser una señal de alarma para todos aquellos que aspiren a ocupar el puesto. Se necesitan liderazgos sólidos. Planes claros y objetivos definidos. Además de una enorme vocación de servicio. Porque el reto es inmenso. Y la carga, colosal.