Todos los años, un grupo de ballenas jorobadas migran a las costas del pacífico guatemalteco, de noviembre a marzo.
Ese día 1 de abril, El CONAP nos invitó a un grupo de reporteros a vivir una inolvidable experiencia. Partimos a las 9 de la mañana de las instalaciones de Puerto Quetzal, con un grupo de expertos.
Todos navegamos en diferentes embarcaciones durante una hora. Estábamos mar adentro, unas 25 millas náuticas o 46 kilómetros. A lo lejos pude observar a un pescador descansando y no pude evitar sentir frustración porque no veía ninguna ballena o delfín. Me moría de ansiedad por plasmar aquellas imágenes que se pueden observar en la revista National Geographic. El capitán de la embarcación nos comentó: "Ojalá logremos ver algo, porque hay demasiadas lanchas y ruido..."
Sesenta minutos después apareció la joroba de aquel enorme animal junto a su cría. Mi corazón empezó a latir rápido, estaba listo con mi cámara para hacer click en cualquier momento, pero de pronto la ballena se esfumó. Miré a todos lados ¡y ahí estaba! a un costado de la lancha. En mi cámara tenía un lente 300mm fijo. Por un momento pensé si era necesario cambiar el lente a un 24-70mm. "Ufff!!! me la juego", pensé. No lo cambié y un minuto después observé cómo se sumergía la ballena, posando para mí con su enorme cola. La embarcación se movió al ritmo de las olas.
Mientras yo estaba en la proa, el robusto y largo cetáceo se sumergió varios metros y en el momento menos esperado saltó a la superficie con todo su poder, para después clavarse con el cuerpo arqueado y un gran chapoteo. "Se ha estresado", dijeron los expertos, "por el ruido de los motores pues protege a su cría".
Estas fueron algunas de las mejores imágenes que he capturado a lo largo de mi carrera como reportero gráfico. Regresé a tierra con una gran satisfacción: admirar, disfrutar y captar las maravillas de Dios.
