Nunca falta el guatemalteco maldiciendo a los políticos y refiriéndose a ellos como “la peor clase de persona que existe”, o como “sanguijuelas que están drenándole la vida al país”. Está bien, lo acepto, la clase política que tenemos es deplorable. Se roban millonadas de una manera burda y desvergonzada como si a nadie le importara. Todos lo sabemos pero, sin pruebas contundentes, las cosas siguen igual. Tenemos magistrados que se llevan a sus amantes al Brasil, congresistas que “pierden” millones de quetzales, ministros que tienen a toda su familia en la planilla, funcionarios detenidos por causar escándalos bajo los efectos del alcohol y un ex presidente del IGSS con videos poco pudorosos, sólo por nombrar algunas de las gracias de nuestros “respetables” servidores públicos.
El gobierno se concentra más en qué pasará en las siguientes elecciones que en gobernar por el bien del país y de todos los guatemaltecos. Dejamos de ser ciudadanos para ser simplemente votantes potenciales y la administración del país es una gran campaña publicitaria. Vivimos a la merced de la violencia porque tenemos un gobierno que no puede garantizarnos ni la vida. De la justicia para qué hablar; vemos cada vez más casos de linchamientos y ocasiones en los que los ciudadanos la toman en sus propias manos ante la incapacidad o ausencia de las fuerzas de seguridad.
Todo esto es cierto, frustrante y nos atormenta a todos los guatemaltecos, pero lo que tenemos que entender es que la corrupción no se limita al gobierno ni a los funcionarios públicos. Tristemente, en Guatemala la perversión de la vida pública no se circunscribe a los diputados, ministros, presidentes y jueces. Los ciudadanos comunes también participamos de ella y la alimentamos cada vez que nos encontramos aprovechando favores de algún amigo que trabaja en el sector público, comprando la licencia de conducir, insistiendo en usar documentos de identificación que ya no están vigentes, pasarnos un alto porque “no pasa nada”, consumiendo alcohol antes de la edad legal, comprando drogas ilegales, comprando películas piratas, evadiendo impuestos u ofreciéndole la famosa “mordida” a las autoridades.
Lo importante es entender y aceptar que no podemos simplemente adjudicarles toda la culpa a los políticos sin antes vernos, nosotros los ciudadanos, al espejo. ¿Nos tenemos que indignar ante la corrupción? ¡Por supuesto que sí!, pero en todas sus expresiones y no sólo ante la más evidente. Si somos una sociedad corrupta, que ante mis ojos, lo somos, ¿cómo podemos pedir una clase política virtuosa, honesta y encima de todo, eficiente? Si nosotros mismos contribuimos a la corrupción de nuestros funcionarios, ¿será que tenemos el derecho de quejarnos? Sí, tenemos el derecho, en la medida en que combatamos la doble moral con la que nos juzgamos los guatemaltecos y dejemos de ser indiferentes antes los actos de corrupción que vemos a diario y de cerca.